La miradita en el centro

La mirada, siempre, el centro

Florentino Ariza.

“No tengo mucha plata, pero tengo cobre (...) dicen que eres la reina de todos los rosales, pero hoy te voy a bajar cuatro clases sociales” Calle Trece.

Hace días, un poco debido a un comentario en radio que hacía Sergio Zurita, pienso en tres obras particularmente. Facebook, El Gran Gatsby y El amor en los tiempos del cólera. Podría fácilmente incluir muchas otras como La educación sentimental de Flaubert o El síndrome de Ulises de Santiago Gamboa. Lo pienso como el gran relato de amor y la carta embotellada que significa, al final, la vida de ese personaje que encarnan Florentino Ariza, Gatsby o Mark Zuckemberg; quizá muchos de nosotros. Aquél que hace su vida en función de una revancha, de una continuada venganza nostálgica contra el rechazo. La idea de ser aceptados no por lo que somos sino por lo que hayamos fabricado-de la que dan cuenta al final nuestros personajes-, recordemos al Gatsby mirando lo volátil de su Daysi, pensándolo desde el alféizar de su mansión, dando cuenta del saltimbanqui que se han montado sólo porque él necesitaba sentirse reivindicado ante ella. Pensemos en el Florentino Ariza que se ha guardado para su Fermina Daza. Reviso el texto y me da la sensación de un personaje femenino silente, como atascado, como mudo. La historia concede la venganza a Florentino, pero a Fermina, parece, la consigna a dejar cumplir la venganza, ésa que ha motivado aquel niño epistolariomaniaco, casi cariñosamente, toda la vida, después del rechazo en el mercado por parte de su Fermina. Y pongamos en escena al chico de Facebook, indiferente al jucio y a las lealtades con amigos; centrado siempre en aquella escena del bar en la que la chica lo enjuicia certeramente: podrás ser un genio pero te esfuerzas en demostrar que eres un patán, o algo por el estilo. Clickea refresh a su estado en facebook, obsesivamente (una sensación que los usuarios de este sitio seguro conocemos, pero que se compara al Gatsby soñándola siempre o al Florentino que todo lo realiza en función a ella, todo), cada uno espera a que ella le acepte la invitación para saber de su vida, para ser su amigo.

Los grandes proyectos de nuestras míseras vidas se convierten en eso, en un antagonista que, esperanzado, busca formar parte de la vida del otro, entrometerse, encender algo en mirada de la que alguna vez lo rechazó, de la que nunca seremos parte. Nos asemejamos a un Felipe II. En plena decadencia sigue volteando a Europa teniéndolo todo en su reino. Solemos mearnos fuera de la bacinica, solemos elegir lo otro cuando lo que tenemos bien pudiera valer la pena. Estamos condenados, además de al síndrome de Eróstrato, a la triste inclinación insatisfecha de siempre querer otra cosa, como niñas perruchas que, ante un par de zapatos nuevos y lindos (de charol, quizá) ya en los pies, desean los del aparador. Encarna uno el modelo de perdedor que parecía de una sola época y que, viendo las cosas, es una repetición de esas que la cultura, al menos la moderna, ostenta disciplinariamente la insatisfacción renovada.

0 Escrúpulos y jaculatorias.:

 
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