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Se mostraba tranquilo, como si verle el anillo a su esposa fuera la luz del túnel de la vida. Aparecía más gente porque era una suerte de algarabía de no sé qué tipo. Han pasado las noches sin sueños y ya no recuerdo qué era lo que sucedía con estos personajes. He terminado por recordar algo que escribí en el diario, ése que he retomado los últimos días. Es un cuaderno que me regaló para un cumpleaños, Mariana. Un cuaderno que abandoné hace unos tres o cuatro años porque pesa mucho y yo solía cargar mi diario para todos lados, como si de una cámara fotográfica se tratara, como si de mi facebook estuviéramos hablando. Salía así porque me daba por escribir estampas como esa que acaba de leerme Pável acerca de Julio Torri, ésa que se titula "Estampa antigua". Lo llegué a hacer disciplinado. Cobró tal naturalidad para mí que colecciono los tomos de ese prontuario que ya se extiende en número y tipos de letra y estados de ánimo que han ido variando debido al tiempo, ese testigo que además sugiere el despliegue que demuestra, memorialmente, la transformación de quien escribe.
Esta tarde en los pliegues de este cuaderno que retomo, he notado unas hojas sueltas sin fecha. Sólo tienen mi letra o lo que reconozco como mi letra, esta caligrafía pequeña escupida de una pluma fuente de otros cuadernos. Algo debieron significarme estas cuartillas rayadas como para haberlas traído aquí. Las observo junto con la última entrada que hice a este diario en 2010. Una confesión casi fulgorosa, casi tierna; una sentencia a la espera, a la paciencia, a la discreción que coincide casi como para temerle a las premoniciones de estos textos que son un presente vivido a través del pasado que se piensa.

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Desde ayer tengo la sensación de habitar un domingo. Hoy, el calendario me da la razón. Pasa el medio día, los Pumas metieron dos goles en la Bombonera, Toluca es el local que perdió la quiniela. Ya casi no recuerdo cómo es que dejaba las notas en el blog. Parecería que en otros momentos sí tuviera algo que decir.

Desperté con una ligera jaqueca que achaco al sereno matinal. Me eché tan agotado a la cama que no reparé en que sólo me había cubierto con un pequeño edredón toda la noche. Soñé que sentía frío. No era mentira, mi piel de gallina y mis reumas lo ratifican. Estaba agotado porque no deja de ser pulverizador salir a la calle aquí. Se acaba cualquier batería una vuelta a donde sea. Absoluto vértigo. Distingo ese abracadabra a cuenta gotas los últimos días. La ciudad me apabulla sin perdón, pero me diluyo. Habito esa casa. Aprecio la discreta confianza de estar. Ritmo pausado, tentaleo las cosas. Me percibo fumando sobre los pequeños charcos que le restan a las calles del centro después de que los comerciantes lavan como signo del fin de la jornada.
Quizá haya algo en esta ciudad que pueda contar. Sólo quizá.

0 Escrúpulos y jaculatorias.:

 
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