Obituario.

Una mañana de tal día.

Por: Luis Felipe Pérez

Llegó hasta donde la hecatombe personal y su enfermedad lo dejaron. Aunque tuvo miles de períodos obsesivos y de auto-aniquilación, tenía una fuerza inexplicable para sobrevivir. Víctima del destino, tuvo siempre un imán para las desgracias y para que todo le saliera mal. Podría asegurarse que nunca tuvo ángel o algo de suerte, quizá por eso aborrecía los juegos de azar o cualquier contacto con las cuestiones que implicaran dependencia.

Sin un rumbo muy definido y siempre entregado a las circunstancias, jugó fútbol hasta que su cuerpo exigió descanso, escribió desde siempre por las mañanas y convirtió en su espacio de lectura cada cafetín del rumbo o la casa de su madre. Normalmente, no podía empezar el día sin una taza de café entre las manos.

Nostálgico más que melancólico, solitario necio y obsesivo, encontró siempre en la música española su atmósfera para escribir. Pasó de ser un niño hiperactivo y adolescente impetuoso y contestatario, a un joven tímido o temeroso de todo: de Dios, de los otros, de sí mismo. Aprendió, gracias a multitud de reveses, que lo mejor era callar, desaparecer o, por lo menos, conservar el anonimato.

Paralítico en sus relaciones humanas, problemáticas particularmente cuando de mujeres se trataba, optó por leer poemas de Efraín Huerta cada que se veía tentado por algún atisbo de convertirse, una vez más, en el “Midas de su realidad”. Fue gracias a lecturas de poemas como Absoluto amor y Línea del alba que empezó a interesarse en el valor de algunas palabras, y la forma como repercutirían en un futuro a la hora de pensarse las cosas. Mirar era un verbo cuyos matices habría que postular frente a ver u observar; valía la pena decir que mirar tenía un proceso propio, era fascinarse y orientarse hacia lo que se mira y él se inclinaba por eso, por mirar.

Se convenció pronto, gracias a Vila Matas, que estaba enfermo de literatura. Que la literatura era su refugio; poco menos emocional dicha actitud de lo que se pudiera pensar, pues era simplemente una forma de afrontar el mundo. Postura que finalmente mostró a este hombre su pertenencia al todo, a la historia, al mundo de la vida. Le importaba menos el contenido o las anécdotas de cada texto, que el hecho íntimo de la lectura; creía fervientemente que el libro, este objeto sensible, significaba un encuentro, no sólo con la intimidad abierta que leía de otro, sino con la de quién leía; y que, más que encontrar qué decir o qué escribir, hallaba silencio, detenimiento o distancia frente al devenir.

A pesar de ser un observador empedernido de la realidad, no miento al afirmar que tenía una postura inamovible en la que, si la vida era un experimento, poco valdría la pena si el objeto de estudio no era él mismo. Muy seguramente debido a esto, su supervivencia tenía hilos conductores: los recuerdos y la experiencia; el valor, el significado y la finalidad de estos fueron los caballos que guiaron sus caminos vitales. Podría decirse, que se quedó con ganas de muy poco.

Trabajó obstinadamente en su inclinación a ser triste. Todo surgió una mañana, o dos, o tres, en la que le preguntaban, cada vez lo mismo, -Porqué estás triste-. Comenzó por pensarse la pregunta y, al descubrirse en zona de neurosis, terminó por edificar una teoría sobre el estar y el ser, lo que sea que se quisiera ser o estar. Decidió entonces, bajo los preceptos de la oposición que, si se podía ser feliz, porqué no se podría ser triste. Él, casi sin argumentos optó, como algunos otros que conoció en el camino, por ser triste.

Luis Felipe escribió cuatro tomos de un diario de juventud, siempre inclinado al escondite, a la huída o a la desaparición, ha cumplido su cometido en esta ocasión.

2 Escrúpulos y jaculatorias.:

tu.politóloga.favorita dijo...

¿Autobiografía?

Anónimo dijo...

TE AMO

 
Free counter and web stats