Terminaciones del otro yo.


Debería declararme enfermo terminal. Debería aceptar tenderme en esta cama cansada de tantas noches en soledad a esperar mi condena. No me cuesta nada de trabajo pensármelo. Una espera que por fin recibiría, tarde o temprano, lo que busca, la muerte, la desaparición, la huída. Pero soy tan cobarde que me empino cada botella de cerveza con sabor a orines. Aún en la catástrofe tengo esperanzas de resurgir. Le achaco al tiempo la posibilidad de rejuvenecer, de olvidar, de invocar nuevos bríos para afrontar esto que dicen poder llamar vida.


Quizá son los días de encierro. Muy posiblemente todo se deba a mi estado casi permanente de victimización. Qué sé yo. Seguramente, porque otra vez es viernes, se apodera de mi este otro que suele lamentarse de todo al punto de la insportable repetición. Con un poco de esfuerzo, menos del que se necesita para entender el francés, por ejemplo, el idioma de eso que equivocadamente llaman amor, que debería tildarse de imposibilidad y de obligatorio olvido.

No me soporto de cualquier manera, sea o no, este yo, es insuperable. me hace pensar cada vez más en el suicidio. Quién aguanta tanto tiempo enfermo ¿Alguien soportará tanta espera? que me pase la chingada receta, porque yo, aún en práctica firme de ciertas virtudes, confieso que no puedo, que me acerco más al lado oscuro y siniestro de estas situaciones.

La variedad de pensamientos de este que dice sufrir se reduce a poco y nada de lo mismo: pensar en lo desquiciante de la espera, y en la imposibilidad de entregarse sin reservas a presenciar la hecatombe. No toleraré ni cincuenta y ocho segundos más así. Otra vez es viernes, y por más que el panorama pinte para algún lado, el lado que quisiera se mostrara está cada vez más lejos. Me cansé de esperar y ya es viernes de nuevo. Todo se carcome y no hay sorpresa que consuele, todo esto es un cuadro desolador y además íntimo, individual; un cuerto propoio de sufrimiento continuo. Serviría de más poder declararme conpleta y terminalmente enfermo y, tan grave estoy, que tarareo I miss you so, de Diana Krall.

4 Escrúpulos y jaculatorias.:

Unknown dijo...

Acepte tenderse en esa cama, descanse,sueñe un poco de imposibilidad, tarde o temprano el alma se cansa y vendra el cambio, la única puerta es el hastío, solo entonces estará decidido a pagar cualquier precio por dejarse atrás.

Espere,pues a veces cincuenta y ocho segundos parecen durar una eternidad.

Anónimo dijo...

Eso es lo chido de la literatura japonesa, que te enseña que aunque no pasa nada, están pasando los momentos más importantes, y que después de esa larga espera llega el paso esperado, no sé sabe adónde ni cómo, pero de que llega, llega. Viva Yoshimoto, Kawabata, Murakami y todos los demás. Esos 58 segundos tienen un 59.

tu.politóloga.favorita dijo...

Literatura japonesa?

Anuar Jalife dijo...

Pensé que habías desistido de estas malas costumbres de publicar. Es curioso, sensato quizás, que regreses con "Silencios". Me da gusto volverte a leer.

 
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