Frustración.

Hace ya algún tiempo publiqué un artículo donde comentaba algo acerca de la amplitud y tolerancia ante la frustración. La prensa escrita, hablo del Sol de Irapuato, se encargó de ilustrar aquel comentario que dejé en este blog. Que más que hablar de frustración, describía un episodio en el que, precisamente, apelaba a lo irracional, a lo frágil emocionalmente, a lo peligroso que se podría presentar una gran masa de individuos que no saben ya cómo convivir con la frustración de todos los días. Meses después, decidí eliminar esa parte de mi vida y con ello el artículo se desvaneció fiel a su naturaleza virtual. No era optimista, ni mucho menos, pero tampoco era mi intención volver a vivir lo que en aquella ocasión describía aún mórbido.

Volvió a pasar. El domingo, al medio día, en una colonia alejada de la civilización, echamos en carrera una oncena de amateurs del fútbol perseguidos por toda una turba equipada con vidrios, palos, ganzúas y lo que se le parezca. Dispuestos, está demás mencionarlo, a acribillar al que alcanzaran. Todo porque un tipo quería bronca y la andaba buscando a costa de lo que fuera. Así, medró y lo logró. Alguien se enganchó con él y cometió la gran ofensa de dictarle una o dos de las ofensas que él balbuceaba como energúmeno para todos nosotros. Imposible. Digno de cadenas y grillos el tipo se lanzó contra un tipo casi veinte centímetros menos que él, muchas menos intenciones de romperse la cara a golpes y con la sorpresa de verse embestido sin más por aquél orangután. No pasó lo inminente. Lo apergollaron entre media docena de sus coequiperos y nuestra víctima lo encaró como el que encara al león detrás de la reja. No bastó. El tipo contagió a los demás tanto de un equipo como del otro. Todo mundo, de un momento a otro quería pelea. Se enfrío heladamente hasta lacerar la piel al descubierto el ambiente y el chirriar se escuchaba por todo el campo abierto, lejos de edificios y casas, con el horizonte claro. Busqué a mi hermano y a un buen amigo entre la marabunta. No estaban. Tanto mi hermano como a quien buscaba además de él, y yo, estábamos fuera de la turba rabiosa e incontenible. Los demás ya habían afilado los dientes. Aquello me parecía conocido. Todo era una repetición de otra corretiza hace algún tiempo. Ahora, sin embargo, mi coequiperos no eran una bola de chamacos como lo éramos aquella vez. Ahora eran los carniceros (juego para un equipo que se conoce como "El Rastro"). Ahora en las camionetas de mis coequiperos había machetes y cuchillos de todos tipos. Ahora, hasta las esposas de los jugadores estaban dispuestas a la trifulca. Volví a temblar. Volví a sentirme en la selva. Discovery channel y sus elucubraciones y documentales estarían incrédulos: todo un ritual. Rodear. Romper. Rezongar. Retar. Rasgar. Rabiar. Reventar. Y yo sólo mirando.

Llámenme cobarde, pero puedo asegurar y si no aquella fotografía que David Ortíz menciona cada vez que me ve lo comprobará. Yo lo viví. Aún recuerdo, por ejemplo, que el golpe en el brazo derecho que me alcanzó se mantuvo recordándome el momento holocáustico casi un mes; y la experiencia, toda la vida. Así como al a rusa no la puedo ver, al tequila a veces lo repudio, las peleas en el fútbol las temo. Son, digámoslo así, una experiencia irrepetible, quizá, por qué no, catártica.

2 Escrúpulos y jaculatorias.:

Andres Galindo dijo...

PODER DE LA IRA CONTRA EL PODER DE LA TOLERANCIA. QUE PODER HA GANDO:
RELUNTADO: ÁNIMO Ó FRUSTRACION. NACEN DE UN MISMO PODER. EL DESEO.
TODO PERTENECE A UNA MISMA CUERDA POR LO TANTO SON LO MISMO. NO HAY DIFERENCIA.

Nerea dijo...

El poder del delirio colectivo. Qué fuerte.

 
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