Mínimas de mi estancia docente:

  1. No me inquieta dar clases ni de latín ni de griego; mucho menos me cuesta tanto impartirlas los sábados muy temprano. De algo tengo que vivir. Además, ensañando latín es una forma divertida de ver el amanecer; me aterra, me hace sudar y me irrita mucho tener que preocuparme por el checador del Instituto éste al que asisto. Me pone de malas tener que pasar como imbécil frente a la encargada de la máquina encargada de checar, cual esclavos burócratas del IMSS, quien asume que, por ser un profesor el que tiene problemas con el dichoso registro de asistencia, no hay problema. Es decir, si el problema no es general, no es problema. Esta sí que es chingona: vive bajo la ley del ocultamiento. Me tuve que portar firme, me lo mandaba mi horóscopo el sábado. Debí evidenciar que aunque fuera uno solo, y además yo el del problema, seguía siendo un problema. No sé si no tengo huellas digitales, si estoy retrasado mental o qué, pero "principium dies terroris mihi "checador de huella digital" est, semper semperumque.
  2. Dedicar mi noche del lunes, en lugar de ver programas culturales como "Entrelíneas" o mi serie favorita en sony "What about Ryan", a revisar exámenes de preparatoria.
  3. No poderme quedar libremente en Cuévano (Guanajuato) y disfrutar de sus noches enfiestadas, tan sólo por el hecho de eso: De que las noches en Guanajuato, con su airecito de aquelarre, sugieren echar por la borda las clases de preparatoria que me dan para pagar mis deudas con mi madre y dedicarme a ver gente, a beber una que otra cerveza y a platicar con cuanto mugroso, hippie, intelectual y camarada se acerque por ahí.
  4. Tener que soportar la crucificción de parte de pubertos insolentes muy parecidos a mí cuando yo fui uno de ellos. Algún día tenía que pagar. Lo acepto.

0 Escrúpulos y jaculatorias.:

 
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