Yo la conocí en Cuévano.


Recuerdo cuando nos conocimos. Era quizá en uno de los eventos más sui géneris de la camarilla literaria que comandaba Luis Palacios hasta esas épocas. Norma Angélica recién llegaba y gozaba de un prestigio interesante: era la maestra de Estudios Literarios. La Generación de Medio Siglo, junto a Ignacio Solares fue todo un hit. Las tesis de los años que siguieron a esos años fueron claramente influenciadas por la labor de aquella maestra jalapeña. El evento era uno de los múltiples intentos del profesor Palacios por estableces una red de Estudiantes y Maestros de literatura en la República. Ese deseo es de muchos, el mérito sí que debe reconocérsele a él. Los recursos de la Universidad de Guanajuato eran espléndidos cuando se trataba de agazajar a nuestros visitantes. Hotel de lujo, comidas cubiertas, eventos y conciertos; también había mesas de trabajo y conferencias acerca de temas curriculares o muchas de las más veces, acerca del Quijote y su tumba en Cuévano, por supuesto.

Samaguey y Omar dominaban el panorama. Aquella ocasión me colé en la fiesta por estar ahí. Simplemente por aparecerme a un evento al que nadie tomó como importante. Era un metiche. Por supuesto, yo no iba a confesarlo al momento y me repetía constantemente, como Fitszgerald, "les juro que sí me invitaron". Fui secretario de varias juntas. Paradójicamente en aquel entonces no era ágrafo. A parte de escribir en estas fiestas secretas y de logia, escribía cuentitos anecdóticos sobre mis super paseos rumbo a mi primera casa en Guanajuato; poesía a la noche y a la juventud; hasta quejas sobre la comida o lo feliz que era aun siendo podbre, como Heminway.Siempre fui un insolente, así que consideraba que me merecía la cena gratis.

Después de la cena, como suele suceder en Guanajuato, y con las dádivas universitarias en restaurante de lujo, bebimos a granel. Jarras y jarras de cerveza, una tras otra. Me sentí en las bodas de Canaán. La fiesta tenía el mejor vino al final. Matilde era la directora de la Facultad de Letras allá en Zacatecas. Ricardo Cartas, aunque apenas comenzaba su carrera, ya hacía esperar cómo se desenvuelve ahora, era un ilustre miembro del Ultracostumbrismo (otra secta secreta como los Shandy). Ahora que lo pienso, quizá Cartas, el cuentista, era tan sólo n espía de esos ultracostumbristas.

Me encontraba fascinado. Era el estudiante impetuoso que almacenaba una a una las experiencias de camarilla literaria de calibre ibargüengoitiano. No faltaría, más tarde, por ejemplo, que algún alto funcionario se meara sobre monumentos de personajes ilustres cuevanenses. Hay recuerdos vagos. Seguro que estoy inventando las propias memorias. Pero me emociona aún. Sonrío.

Lilia aparecía como una mujer del medio. Una intelectual conocida. Apenas hacíamos aparición en algún bar y podíamos notar cómo nos reconocía toda la sociedad universitaria. Ya entrada la noche, en aquel bar iconoclasta llamado antigüamente Rocinante, terminé haciendo el ridículo con sones y esas cosas que exigen ritmo. Estaba algo borracho ya. Era de madrugada y recuerdo las primeras palabras que Lilia me diría, no serían las últimas, ni tampoco sería distinto el tono a lo que siempre dice con aire de oráculo. Seguro ella no lo recuerda. Es muy posible que yo lo inventé en esta alegoría juvenil y especule acerca de la particular forma de "aconsejar" a las mentes jóvenes ávidas de conocimiento; también cabe la posibilidad de que el momento se haya perdido en la memoria debido al vino que esa noche bebimos. Entre su característica risilla altanera alcancé a escucharle una recomendación literaria. -Lee el extranjero-. Dijo. Contesté al instante. Lo leo, de hecho.

Leía a Camus con avidez por aquellos días. Había amalgamado mis lecturas existencialistas, Camus y Sartre, con el sound track de mi vida en ese momento: escuchaba asiduamente a José Alfredo Jiménez. Una combinación interesante. Lilia, sin embago, apareció en la escena como un referente. Digamos que era, lo es aún, un privilegio tenerla entre la lista de conocidos.

Al semestre siguiente terminó siendo nuestra compañerita en los cursos de la licenciatura. Pulverizó algún escrito que presentara yo para clase. De ahí, me hice ágrafo irremediable. Temí ser exhibido como esa mañana. Pasaron los años y los ciclos terminaron. Tomamos todavía algunas asignaturas juntos y algunas cervezas también. Apareció la rusa. Lilia opinó que merecía lo que me estaba pasando. Sufrí mucho. Finalmente logramos titularnos, como es claro, yo con muchos más problemas que ella, que ostenta su Cum Laude; mientras que yo, como todos sabemos, ab magistrorum pietate. Han pasado los meses. Lilia ha recibido un Premio Literario: El premio Nacional José Revueltas 2007. Se agradece el reconocimiento a quien sin duda se lo merece.

A Lilia Solórzano Esqueda, Licenciada en Letras Españolas y recién Ganadora del Premio Nacional de Ensayo José Revueltas, la podrán escuchar en el III Encuentro Nacional de Ensayistas Tierra Adentro.
"Literatura como arma ideológica.
28 al 30 de Noviembre.
Foyer del Teatro Juárez (Guanajuato, Gto)

1 Escrúpulos y jaculatorias.:

Nerea dijo...

http://eterysal.blogspot.com/2007/11/mi-morada.html

 
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