Paz a Diez años.

“Nuestros Días”: una revisión a El laberinto de la Soledad.
Por: Luis Pérez.

Octavio Paz sabía, aun antes de que sucediera, que su Laberinto de la Soledad se convertiría en un mito más; él mismo lo afirma en una entrevista incluida en la edición del texto a cargo de Fondo de Cultura Económica hacia 1981:

en esto hay que recordar lo que Lévi-Strauss ha dicho: todo desciframiento de un mito es otro mito [...] yo creo que El laberinto de la Soledad fue una tentativa por describir y comprender ciertos mitos; al mismo tiempo, en la medida que es una obra literaria, se ha convertido a su vez en otro mito [...] creo que los mitos, como todo lo que está vivo, nacen, degeneran y mueren. También creo que los mitos resucitan.[1]

Es probable que aquí, en estas palabras, haya algo de ironía en relación con que si la obra, si el mismo Paz, son mitos para la sociedad mexicana. Porque podría asegurarse que la mayoría de mexicanos acertarían a afirmar que el nombre del Nobel de Literatura Mexicano no les es un nombre extraño; de hecho, como le sucede a Miguel de Cervantes o Gabriel García Márquez o al mismo Carlos Fuentes, en esa misma respuesta más de alguno atinaría hasta mencionar una o dos obras de cualquiera de los autores arriba citados. Sin embargo, no temo equivocarme –y si así fuera, lo celebraría-, muchos de estos mexicanos encuestados estarían hablando de una mitología literaria; ese hálito abrasador y tan incrustado en el sentido común de las charlas sobre lo que sea que llena de corazas de ámbar cualquier tema que se toque, en este caso, el de la literatura mexicana. El Laberinto se ha convertido en un mito, en una interpretación que ha terminado por ser interpretada, en el que es dudoso que haya habido un acercamiento antes de que se le haya convertido en una invención.
A más de cinco décadas de la primera edición del libro, después de las vueltas que ha dado el mundo, México, nuestra ciudad, no se puede obviar la trascendencia de uno de los textos más significativos para la literatura mexicana, al que se puede encontrar en los lugares más insospechados como la piratería. El sesudo ensayo acerca del mexicano, de las palabras y los quehaceres, del clima político y social de un México que se escabulle entre las manos, escenifica lo que él mismo trata: la realidad mexicana.
En ese sentido, me detendré, a alalimón con el certero panorama que Alejandro Palizada hace respecto de Octavio Paz y de Carlos Fuentes en este mismo Dossier, en una idea que el propio Paz desarrolla profundamente en su ensayo. Me resulta entrañable el tino con el que el autor se acerca, en el apartado “Nuestros Días”, a la entonces realidad de México, ésta que se actualiza paradójicamente en nuestro presente. Es claro que las hipótesis revolucionarias resultarían lejanas en nuestra cotidianidad, por lo olvidadas que están y por los rumbos que nuestro avatar social, histórico y económico ha seguido. Pero no es un riesgo afirmar que en su tiempo -aun ahora con un poco de esperanza- y en décadas posteriores a la edición, más que un sueño fueron una aspiración. Así se veían las cosas, posibles.
Esta es la pregunta que lanza Paz “¿cómo crear una sociedad, una cultura, que no niegue nuestra humanidad pero tampoco la convierta en una vana abstracción?”[2] Con luminiscencia, antes de responder directamente, rodea y planea sobre su realidad, que lustros después es la nuestra. Siempre retórico, historicista y entregado a un revisionismo hasta cruel en ocasiones, el autor desgrana el tema. Responde desesperanzada pero críticamente, como si se tratara del mismo 2008 en el que estamos ahora:

Todo parece una gigantesca equivocación. Todo ha pasado como no debería haber pasado, decimos para consolarnos. Pero somos nosotros los equivocados, no la historia. Tenemos que aprender a mirar cara a cara la realidad. Inventar, si es preciso, palabras nuevas e ideas nuevas para estas nuevas y extrañas realidades que nos han salido al paso. Pensar es el primer deber de la inteligencia.[3]

Ya se pueden vaticinar las lamentaciones actuales. El lector puede entrever su presente y pensar en discusiones actualísimas. No podrá, quien se acerque al Paz ensayista, dejar pasar la siguiente conclusión: “nuestros problemas son nuestros y constituyen nuestra responsabilidad; somos el club de los pobres.”[4] Estoy convencido que si se le hubiera leído no se le consideraría, por lo menos no a la luz del Laberinto, como un forjador de la épica del mexicano; al contrario, muchos afirmaríamos lo que el propio autor recuerda con gesto risueño: “Un poeta me dijo bastante divertido: que yo había escrito una elegante mentada de madre contra los mexicanos”[5].
A pesar de la revisión paciana, que raya en lo triste y lamentable, el ensayo nos lleva a la resurrección. No hay sentimiento más noble que el dolor, diría Wilde en De Profundis; no hay sentimiento más actual y cotidiano que el dolor, podría decir cualquiera actualmente. Después del tránsito en el vituperio puede haber un camino diferente, por lo menos del color del salmón:

Todo nuestro malestar, la violencia contradictoria de nuestras reacciones, los estallidos de nuestra intimidad y las bruscas explosiones de nuestra historia, que fueron primero ruptura y negación de las formas petrificadas que nos oprimían, tienden a resolverse en búsqueda y tentativa por crear un mundo en donde no imperen ya la mentira, la mala fe, el disimulo, la avidez sin escrúpulos, la violencia y la simulación. Una sociedad, también, que no haga del hombre un instrumento y una dehesa de la ciudad. Una sociedad humana.[6]

A mí me suena a una esperanza desesperanzadora, pero tan real como lo afirma Lucía Etxeberria: vivimos la edad de la cosificación. Nunca antes ser un objeto fue tan atractivo. Nunca antes la intimidad importó tan poco. Nunca antes la preocupación fue tan abocada a lo artificial: vivimos “un fenómeno que se ha sacralizado en el siglo XXI, el siglo del culto a la cosa”.[7] Nunca antes habíamos estado tan lejanos, tan en la isla de los hombres solos. A pesar de la tristeza con la que se puede atajar el texto y su confronte con lo real, el sueño, tema importante también para Paz, es el enclave salvífico. Hay que voltear, como apunta éste, hacia la América Latina en donde los problemas son los mismos, buscar el proceso que nos identifique, que nos haga soñar lo imposible, que nos permita pensar que las cosas pueden ser diferentes: “es evidente que nos encontramos frente a un muro que, solos, no podemos ni saltar ni perforar [...] podríamos hacer más si nos unimos a otros pueblos”[8] me atrevería a agregar, a otros hombres, en sociedad. En esta tesitura, un Paz contundente apunta: “a los mexicanos nos hace falta una nueva sensibilidad”[9]; Diógenes agregaría, una sensibilidad donde lo que se busque sea al hombre no a la cosa, donde nuestros chingados sueños pudieran seguir vigentes y no yacer lapidados en una alienación que tildaría en lo inexplicable para el Paz de El Laberinto de la Soledad.

Bibliografía.

Etxebarría, Lucía y Núñez Puente Sonia. En brazos de la Mujer Fetiche. Booket, España, 2001.
Paz, Octavio. El laberinto de la Soledad. FCE, México, 1981.
_____. Sor Juana Inés de la Cruz o Las Trampas de la Fe. Seix Barral. España, 1982.
[1] Octavio Paz. Vuelta al Laberinto de la Soledad. FCE, México, 1981, pp. 328.
[2] Ibid., pp. 209.
[3] Ibid., pp. 207.
[4] Ibid., pp. 208.
[5] Ibid., pp. 323.
[6] Ibid., pp. 209-210.
[7] Lucía Etxebarría y Sonia Núñez Puente. En brazos de la Mujer Fetiche. Booket, España, 2002, pp. 25.
[8] Octavio Paz. Op. Cit., pp. 209.
[9] íbidem.

0 Escrúpulos y jaculatorias.:

 
Free counter and web stats