Del tiempo aquel.

Seguidillas a un Perro Romántico.

Esto es lo que hay. Frío a la sombra, una lluvia que sabe a resolana; Bolaño y algo de ambigüedad en los recuerdos. Esto es lo que hay.
En aquel tiempo tenía 19 años cumplidos. Era febrero. No me di cuenta muy claramente de nada. Sólo obedecí a donde me llevaban. Tenía 19 años y pasaron muchas cosas. A los 19 años leí de corrido la obra de García Márquez. Devoré novelas, teatro y artículos periodísticos de Ibargüengoitia. A los 19 años perdí la virginidad, bebí mi primer vodka, leí a Carpentier y sentí que sabía de lo que hablaba Neruda. A los 19 años fumé deliberadamente y supe sinceramente que Pepita Jiménez y la vocación sacerdotal las había metido en la misma caja de los exámenes de latín del bachillerato ya olvidados hacía un tiempo; había perdido las creencias, pero estaba loco y no me importó. Renací. Comenzaba un sueño libertario, fascinante, propio. Lo demás, los demás, no me importaban. A los 19 años solía vagabundear; ni trabajar ni rezar ya. A los 19 años recuperé o sustituí tres años de cautiverio, cuatro de encierro. Encontré un sueño en otro sueño. A los 19 años rebasé los límites. Comía carnitas frías en el cuartucho de Neri, leía fotocopias a tajos de cuarenta o cincuenta páginas sobre la historia del mundo que no entendía a diario: Hobsbaum, Engels, Castañeda, Villamil, Toscana, Ramos, Uranga, hasta Paz. A los 19 años despertaba antes de las siete. Dormía en el piso, a los pies de la cama de Alberto. Dormía en una bolsa y guardaba todo lo que era en una caja de zapatos y guardaba los demás en una petaca azul o negro, no recuerdo. A los 19 años era un fantasma. Escuchaba trova y a José Alfredo Jiménez. Escribía con faltas ortográficas ofensivas y siempre me excedí –a la fecha, claro- en adverbios, en gerundios y en adjetivos. No sabía ni formatear un texto y no podía enumerar obras de Nietszche como alguno de mis compañeros. A los 19 años pasaba por lo menos cuarenta minutos en el urbano rumbo a la escuela. Pagaba un peso cincuenta por el paseo. Desayunaba café de olla y dos cigarros. Asistía a clases a diario y no faltaba nunca. Las torres gemelas se caían en la televisión.

A los 19 años crecer era motivo de fascinación. Crecer me seducía. A los 19 años no crecía, sólo despertaba. Iba lleno de miedo. Tenía pocos pesos en la bolsa, vivía en mí la imagen de mi madre –también temerosa de la hecatombe que cargaba yo- . Me sabía on the road, me sabía el segundo de los cuatro hijos, ése que a los 19 años, casi sin darse cuenta, perdió la virginidad, se bañaba en duchas ajenas y dejó sus pretensiones de ser poeta. Encontró otro sueño dentro de otro sueño. Inocente y envuelto en la vorágine de los 19 años. Me emocionaba todo y me topaba por los pasillos de las bibliotecas, mi escondite durante años, a Sartre y a Camus. Y El extranjero y La Nausea, y el Existencialismo que nunca entendí se convirtieron en bandera. A los 19 supe de Sísifo. A los 19 supe que era Sísifo. Pasaba las noches teniendo sexo y jugaba fútbol por las mañanas. A los 19 años.
A los 19 años compré mis dos primeros libros. El placer del texto y a Giovanni Reale y su Historia del Pensamiento Filosófico y Científico. Viví mi primer Cervantino en Cuévano: de fiestas cada día, en el que todos tenían menos kilos, menos libros, menos ojeras; más sueños, o por lo menos, eso solía creer. A los 19 años me gustaba pasear y tomar la ruta más larga. Respiraba profundo y era risueño. En los caminos pedregosos, bajo los días de junio, recubierto por una cornisa y la inocencia reflejada en los jeans guangos, los ojos de los ancestros y las arrugas de mi abuela, a los 19 años, con un pavor indefinible, sin nada que presumir y una gastritis de días, un servidor.

2 Escrúpulos y jaculatorias.:

Funambulo dijo...

Hola Luis:
Dándome una vuelta por aquí me encuentro que me gusta leer esto que sabe a catarsis. La autobiografía vuelta blog?
Saludos!!!

LSz. dijo...

Un Gran Saludo mi querido D. Esto es ficción, una suerte de funambulismo. Parece que nunca pasó; o parece que lo había olvidado. Qué sé yo. Quién sabe lo que es cierto, lo que fue o lo que habrá de ser. Me muevo entre el engaño y la ambigüedad y me cuesta creer lo que me pasa; aunque ahora, justo hoy, estoy, digamos, risueño y con sueños por lo que parece me ha pasado.

 
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