Escenas.

Terminé echándome en la cama de J junto a P para dormir una media hora más. La otra hora que había cerrado los ojos lo había hecho en uno de los sillones roídos de la guarida. Había pasado toda la noche de bar en bar. Había pasado la noche pensando en mi hermano menor y en lo que es para muchos de sus amigos, admiradores, fans, compañeros de casa, maestros, para mí mismo. Era la primera noche de universitarios y aquéllo era una fiesta salvaje. Yo desentonaba. Estaba fuera de ritmo y me fui de lado. Nos habíamos encontrado a la hora del lobo en la cuna del son, ahí donde se canta y se baila. Á llevaba la fiesta y las llaves de la casa, yo habitaba más cómodamente los Lobos junto a los oldies melodies. Cuando llegamos juntos a casa, T se había tomado la libertad de, al punto beodo, atrancar la puerta del cuarto donde tenía la mochila, en el cuarto donde sobraba una cama para mí, en el cuarto donde podía echarme un baño para ir a clases al día siguiente. Intenté abrirla a las cuatro de la mañana. No pude. Intenté tirarla a las cinco. No pude. Intenté despertar a T a las siete. Nunca respondió. Decidí ir a tirarme a la cama de J junto a P mientras la noche, la noche para todos pasaba.
Desperté después de las ocho. A, como zorrero especialista abrió por fin la maldita puerta. Me alisté lo más pronto que pude. Una alumna me envió un mensaje preguntando por mi presencia en el salón. Conseguí el número del sitio donde daba clases y llamé. Fabriqué una verosímil mentira que yo mismo me creí. Amañé la historia y fui fabricando un escenario hipotético como éste:
No negué que me había ido de parranda. Sólo dije que la puerta que no pude abrir era la del edificio donde vivía. No había gente y no había podido encontrar quién abriera. Por suerte alguien llegó cerca de las nueve de la mañana y abrió milagrosamente. Si no, no sé cuándo hubiera podido comunicarme, pues además de no poder salir, no podía llamar, a ratos por la falta de señal, cosa común en Cuévano, y a ratos, por la falta de saldo para marcar largas distancias.
Salí trémulo de casa. Compré algo para hidratarme, algo para las agruras y más píldoras para el dolor de cabeza que se avecinaba. Sólo permanecí sentado un largo rato, como pensándome la vida, tan extrañamente, tan extranjero, tan como no estar ahí. Me sonreía porque me saboreaba el verano que había sido rarísimo. Seguía tiritando de crudo. También sentía desorbitados los ojos y, sí, me sentía frágil, enconchado. Permanecí ahí y no me moví. Me descubrí fascinado por las mañanas en Guanajuato, por el aire cuevanense y urbanón de este sitio. Estaba en una esquina y pensaba en Guanajuato como una gorda en tacones intentando caminar calle arriba rumbo al trabajo entre los callejones.
Pude ver pasar varios urbanos. Pude ver pasar a varios personajes. Pude verme pasar y me fugué hacia el lado de allá en el que no tengo nada. Creo que ahí imaginé que me daba miedo ser feliz.

0 Escrúpulos y jaculatorias.:

 
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