III

Cae como cae la pluma perdida de paloma en Catedral de pueblo el sesgo de vestido que cubría los pezones pequeños y rosáceos. El espejo del cuarto de baño es un Velázquez que permite ver el desfile de rasgos deliciosos. Poco a poco se asienta que aun en la trivialidad se descubre un lunar curioso cerca del pecho izquierdo; una cicatriz cerca del pubis; un vello rojizo que sabe a manzana. Ganan las ganas de mirar. Triunfa la ineludible sensación de fascinarse con aquello tantas veces visto en sueños. El descubrimiento y asunción de los que sólo observan obsesivamente encuentra su lugar ahora. Punta talón rodilla tersa encogida como crucificando ese pudor. Muestra de prismas entre la puerta, la ventana y el espejo grande. Los ojos que se posan no están fuera del cuadro vertiginoso y quieto. La mirada larga no es de quien mira un objeto sino de quien se mira. La observada, observa y sonríe. Ligera encuentra en la comisura de los labios el recuerdo de mil besos dados bajo sábanas viejas, blancas y ásperas. El cuerpo encontró ahí el contraste en otra noche, cuando no se sabía tan delicado, tan delicioso, tan de delirio. Sólo ahora cuando ya se puede ver dirige entonces, como reconociéndose, como jugando, este concierto en el que es el espectro que provoca el llanto nostálgico. Melancolía lo nombrarían estas notas que ahora la chelista, que antes dirigió, ejecuta. Punta talón otro crucifico, de aquel que piensa testarudamente que ha perdido aquello que nunca fue suyo, aquello que creyó tan cerca, que ilusamente creyó tocar cuando sólo podía ver el dedo en el espejo que se lo mostraba. He aquí que la ternura se asoma en el anillo brillante y naciente del sol del alba. Los perros pueden mirar al cielo, las piedras son la cuesta que viste el recuerdo. Aquí es la mirada que presencia, al alba, sin tocar, con un miedo de Midas, aquel cuerpo de mujer, rojo como el tinte mentiroso que la memoria guarda tras una canción de Joan Manuel.

0 Escrúpulos y jaculatorias.:

 
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