Postales cuevanenses.

Ordené bistec a la mexicana, jugo de naranja y café turco. Leía a Huidobro y a Álvaro Solís. Los repetía aleatoriamente y esperaba. Un grupo numeroso llegó al restaurante, estaba yo en otra dimensión, quizá por ello me turbaron muy poco. Esperaba y tenía yo mucha hambre; tampoco había pasado una buena noche. Pasé frío y desperté a cada rato, intenté cada vez dormir otra vez y mucho, pero no pude. De la cocina o del baño, de una cueva o de otra, quizá hasta de mis pies o de mis viejas botas; algún animal muerto, un trapeador húmedo, alguna coladera tapada o el mismo retrete, se desprendía –más constante que furioso- una hediondez insoportable que seguro respondía a fiestas de cada día, miradas juveniles y beodas, aguas locas, calentura iniciática y universitaria, comida pútrida, bailes candorosos, risotadas alcohólicas de otras noches. Todo parecía reservado para mí esta noche. Todo eso era o significaba algo de lo que la vida, desde hacía ya meses, me había obligado a firmarle renuncia. Todo eso que esta noche, como en esas noches tan cercanas al lugar del dios de la barra, hizo que durmiera poco y mal, y haga creer en metal precioso cuando el sol se asoma.

Sorbí del vaso de jugo de naranja. Alcanzaba a escuchar un murmullo. Sentía la cara hinchada y aguardaba ansiosamente algo de alimento. Tuve la sensación de ser otro, como muchos otros sábados, un extranjero o, en esta mañana de búsqueda de restaurante, un hijo pródigo que en otros tiempos no hubiera dejado de contar cada precio y no hubiera dejado de temer no completar el costo de la cuenta. De cualquier manera, el Truco se inoculó en mi memoria afectiva esta mañana con especial renovación. No fue, sin embargo, la leyenda que en alguna otra ocasión había contado a un poeta, a un novelista, a un editor y rock star, a una buena amiga, su hermano y al madrileño, no. No fue el artístico diseño del lugar digno de casa de anticuario; no fue ni siquiera recordar peleas en esta misma mesa, en medio del desayuno, con F hace ya un lustro.

Mientras devoraba como un condenado mi bistec a la mexicana, el Alea Jacta Est de Solís o el Salto en Paracaídas de Huidobro desaparecieron súbitamente; las imágenes y los pestilentes recuerdos de mi noche también. Sólo quedó, al levantamiento de cabeza, bajo una armonía casi griega, un suspiro y la suspensión segoviana, en el Truco, la voz de José José, el príncipe de la canción. Yo bebía mi café y saboreaba mi bistec a la mexicana.

5 Escrúpulos y jaculatorias.:

carmen jiménez dijo...

No estoy familiarizada con tu prosa, pero me ha gustado mucho saborear ese bistec a la mexicana mientras leías aleatoriamente a Huidobro y a Solís (desconozco a ambos). Me ha gustado el tono en el que está escrito y la descripción que haces de la noche. El final muy bueno también.
Seguiré indagando en tu blog.
Saludos

LSz. dijo...

Sabes, no es la primera ves que se dice algo acerca de lo difícil que es la prosa de L. Un gran saludo, agradezco la visita.

G Velázquez dijo...

se me antojaron unas enfrijoladas del Truco, a mí pensarlo me sabe a escasos pero memoriosos momentos de muchos que ya no están...

el madrileño no era madrileño, era ya-no-me-acuerdo-qué....

carmen jiménez dijo...

He de puntualizar que no me parece difícil, sólo que te he leído poco hasta ahora. Me parece una buena prosa cuando escribes relato.
Más saludos.

LSz. dijo...

Media Luna, perdona el dedazo, en donde digo ves quiero decir vez, de ocasión.

 
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