Facundo Cabral pronuncia la R como yo. Quizá por eso es un gran conversador y no por su maravillosa manera de contar. Quizá por eso su camino y su voz inevitablemente se le queda en los resquicios a quienes lo escuchan. Por su pronunciación. A veces comienzo a pensar que Segundo café del día he escrito unas páginas sobre el espacio literario. Es la tesis, un rompecabezas para armar todavía. Desperté tarde. El insmonio casi cesa. La tristeza, gracias a Facundo Cabral, ondea como queriendo irse. Pero no me alegro. El estado que percibo en mí es el de la impacibilidad. Y lo digo porque anoche, cuando me volvía del Utopía, un bar en el que indago, pues su nombre mismo es el nombre de un trabajo académico que me envió a Monterrey, gimoteé un poco. Me lamentaba un poco por lo que era y me preguntaba o cuestionaba las explicaciones. Pero también pensé en ese monólogo de tres cuadras que quién era yo para preguntarme sobre las cosas, quien era yo para sentir el infortunio de la felicidad y de las ilusiones de los demás, quién era yo para esperar algo. No. No había razones para sentirse especial como para que los relámpagos de anoche se tomaran como símbolos de respuesta divina. me metí a la cama gracias a las tres cervezas que me bebí rápidamente pensando en el sonsonete de la colombiana y la chilena que ambientaban la barra que en otros días encuentro para mí, sólo para mí, silenciosa.
Entonces aquí, no pasa mucho: decadentismo, escribir y perder un poco el tiempo. Sé que aún debo la historia de la rubia nalgona que nunca me hizo caso. También, prometo aquí, la historia que mi madre me contaba sobre aquel día en el que les pegaron piojos en la primaria. Una verdadera hazaña. También vendrán por ahí, las historias de esas mujeres recolectoras que saben cómo encontrar los remedios de la vida cotidiana experiemntando. La cercanía con la hechicería: la herbolaria. Las mujeres en la naturaleza.
0 Escrúpulos y jaculatorias.:
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