B XIII

He terminado de transcribir las notas sobre decadentismo. Hoy, en clase de poesía, aunque me la pasé escribiendo una carta, hubo momentos en los que me emocioné. Había leído a Heidegger hablando de Hölderlin hace años. No le entendí un carajo. Ayer por la noche y hoy por la mañana lo volví a leer. Parecía yo con la luminiscencia del desvelado. Entendía y me emocionaba tras el librito de setentaysiete varos y una taza de café aguado pero humeante. El sol era cálido y el día pintaba. Rumbo a clases me moví cansino como desde el domingo noto que estoy. Desde que volví de Teziutlán de mi viaje paramiano. Me he ganado un apodo de caricatura por andar yendo al pueblo donde nació mi madre. No fui a buscar nada. Sólo huía de aquí. Encontré, sin embargo, una caminata tranquilizadora y el sueño de que todo se puede reconstruir como si se tratara de un detective salvaje. Una búsqueda de la memoria con sólo tres datos. Mi madre había nacido allí. Sus familia se dedicaba a las gladiolas y se apellidan tal y tal. No más. Ni un dato más, ni una calle ni un conocido.
Llegué a un hotel viejo y casi abandonado, como de película de Luis Aguilar. Barato. Los ácaros me hicieron suyo como ya es costumbre en los hoteles. Caminata larguísima, preguntas personales, la explosión de una intimidad a punto de resquebrajarse encontró lo que no buscaba en la panorámica casual y normal de un pueblo casi serrano, alargado, bajo la niebla de la tarde, entre el trajín de sus mil autos, de su mucha gente, de su comercio punzante, de su gente saludadora. La visita a las cenadurías para pedir tlayoyos y cecina como si se tratara de juntar las tradiciones con los gustos de la niñez. El domingo cayó y llegó pronto. La caminata fue igual que el día anterior, vueltas a la redonda y respirar. Olvidarse y huír. Lo hice como si fuera natural echar por la borda la otra ciudad en medio de la imaginación de un sueño de compañía. Un viaje hecho por otros conmigo.
Y soñé que M me acompañaba al pueblo de mi madre. Soñé que llegaba antes que yo y que bebía un café con sus labios de capullo en la terminal del pueblo donde nació mi madre. Soñé que sonreía yo tiernamente. Recordaba que hacía un casi dos años no la veía. Recuerdo que la vi, precisamente para un octubre o un noviembre, que la vi en Puebla, que estuvimos G, G, un amigo de G y yo, junto con M ahí, en el callejón del artista. Soñé entonces que tomaba mi mochila al hombro y ella y yo caminábamos interminablemente hasta encontrar respuestas y plantear el pasado y pensar el presente y lograr reponernos de lo abatidos que nos presentábamos en ese pueblo, en ese sueño que era la búsqueda de un mito. El origen de mi madre. El sueño se alargaba lo que duran dos cafés de taza grande y una caminata juvenil, interminable. Luego, cuando llegó la mañana, desperté encaramado a una sábanas viejas, desperté tarde, dormí como no había dormido hacía semanas, desperté cuando el toc, toc de la puerta de la habitación anunciaba la voz del tipo de la recepción. Me preguntaba si ocuparía la habitación otro día. Pensé inmediatamente que si volvía a soñar que alguien me acomoañaba me quedaba, pensé que si me aseguraba que el hotel estaba embrujado y que propiciaba el sueño de la reconstrucción lo haría, pero recordé mi presupuesto y mi clase del lunes y respondí aletargado que no. Me eché un regaderazo con agua tibia porque el agua caliente nunca llegó y recordé lo joven que es uno a los veintiuno. Lo joven, lo jobial y la piel lechosa a los veintiuno o a los veintitrés, da igual. Lo que me quedaba claro era que a los veintiocho las cosas debían haber cambiado tanto. Que los sueños se había convertido en otra cosa y que las pusilanimidades no debían tener cabida.
Volví, como le he escrito a M que volví. Volví cansino y socarrón, como si el viaje hubiera sido de meses y hubiera sido a la selva. Como si hubiese caminado penetrando los años que han sucedido desde que mi madre empezó su historia allá, en ese pueblo serrano y a largado de los confines de Puebla, el estado. Volví como si escuchara una rolita coqueta que dictaba el clima húmedo de ese lugar. Volví y me subí a la ruta como en automático. Sentí las miradas de los pasajeros y supe que sí, que podía olvidarme de lo que antes había estado ahí, de lo que me había hecho casi desahuciarme de este sitio. No me saludó nadie en Puebla, seguí silente y el único diálogo que tuve fue con la chica amabilísima del Wimpys que me preguntaba que iba a pedir. Pero estaba tranquilito y contento. Estaba como renovado. Pedí un americano y la consigna de que no sabía qué día era pero que había soñado que despertaba en otro sitio, con otra gente y con los susurros de un pueblo, con los vizviceos de mi memoria, de la historia que algún día quizá pueda lograr contarme, con la historia del tipo que aunque no puede muchas cosas tampoco las quiere todas; la historia de quien encuentra, no obstante todo, los veintiún años en la memoria y se ríe de lo que fue él en otros tiempos y sonríe ante lo que parece haberse convertido.

2 Escrúpulos y jaculatorias.:

Yan dijo...

"la increíble circularidad de nuestra memoria andante"
a deyanira le gusta esto (manita con pulgar hacia arriba) =)

LSz. dijo...

je, je, je.

 
Free counter and web stats