Vueltas.

Manuel me dio la novela al finalizar una clase que giró por los setentas. Me extendió una caja de cigarrillos. La noche había sido ensoñada también. Creo que es así como ha sido la vuelta a Puebla. El viaje se me había hecho largo y musicalizado. El bus apestaba a bus y me recordó aquellos días en los que necesitaba dramamine para viajar, me recordó aquel viaje a Mazatlán en el que me contuve durante horas y horas enteras del vómito hasta que, llegando a la terminal, no pude más y corrí al baño de aquel autobus y eché jugos gástricos nada más. Recordé aquel viaje larguísimo a Tijuana en un antiguo Dina en el que los pasajeros también iban de pie, con la precariedad de los noventas, con la ausencia del dichoso aire acondicionado y con la penetrante pestilencia del humo densísimo del diesel en combustión. Ese viaje en el que me la pasé sufriendo las curvas de la rumorosa porque mi hermano mayor había agandallado el asiento completo. Un viaje casi épico en el que mi madre viajaba con sus cuatro hijos en estrella blanca durante dos días. En avión ya era una Odisea, en camión era un decenso a los infiernos dantescos, sí. Y pasamos por muchos lugares que no recuerdo más que aquél en el que mi madre me compró un coctelito de camarones que disfruté como para tenerlo en la mente todavía.
Me subí a las siete y pasó la media noche cuando apenas comenzábamos a ver los letreros poblanos. Vivía en medio de una resignada contrariedad. No tenía urgencia por llegar, pero sentía cierta ansiedad por permanecer tanto rato en el autobus. Sentía la necesidad de descender y comer algo. Sentía que quería estar en tierra firme. Pero Puebla no lo es. La discresión de la terminal me consoló un poco. La ciudad estaba casi en plena calma. Asaltaban las ganas de cruzarse los semáforos en rojo. La calma era casi abrumadora. Yo, lo miraba desde la ventanilla mientras escuchaba claves en la banda civil del taxi.
Pensaba mientras por fin llegaba a la siete poniente, sí, me encantan las cartas. Uno se recoge a sí mismo un poco más familiar que cuando las ha comenzado a escribir. Las cartas son espejo en el que uno se mira, un muro que escucha. Esto lo escuché en San Luis mientras me secaba las manos cuando estábamos en la misma mesa hablando de Intimidad y Literatura.

0 Escrúpulos y jaculatorias.:

 
Free counter and web stats