Los libros que me marcaron


No supe muy bien por qué comencé a leer ese libro. Creo que fue porque no pude con Freud. Ya cumplía tres o cuatro meses con La interpretación de los sueños en el pupitre, nomás de adorno. Era yo un cándido. Probaba pero caía fácilmente en sueños profundos de los que no recordaba nada como para interpretarlo a la luz del dichoso tabique ése que mi padre, siempre tan realista, me dijo, era mucho para mí. Tenía razón.
Antes de transitar por los senderos de los libros de autoayuda que no fueron una mala opción en algún momento, elegí -sin miras, por azares del destino-  Las aventuras de Marco Polo, un best seller que sería, a la postre (por si quisieran preguntarme aunque no soy candidato de nada) el libro que marcó mi vida así, sin adjetivos; no se sabe si para bien o para mal. No tiene por qué. Solo me fascinó.
No intento que sea una apología de los libros, o de lo bueno que era ése. Solo que aún guardo la sensación de voracidad por continuar la lectura en esos días preparatorianos. Hacer, en suma, algo tan desconocido para mí como eso. Yo soy un bastardo intelectual y, aunque me sabía pasajes de la biblia porque mi madre religiosamente nos llevó a misa los domingos y nos hacía poner atención a pesar de lo soporífero que nos resultaba, no era esta experiencia así de nítida como la del librito de aventuras. Creo que ese semestre de primero fue que comencé a leer. No antes. Es decir, fue la primera ocasión que me leí un libro entero que no tuviera monitos. Antes, claro, cómo olvidarlo, me había recetado todos los ejemplares de Barrabases que pude conseguir con mi voceador oficial, “El gordo de las revistas”. Tenía su changarro frente al trabajo de mi madre. Pasábamos el rato entre la salida de la escuela y la hora de ir a comer de mi madre zampando alguna fritanga al ritmo de la lectura de esta historieta en la que un equipo de fútbol infantil formado por un cuadro de perdedores salía de los líos gracias a su capitán “Pirulete”.
Me había sucedido eso que fue un evento socorrido en mi vida de estudiante. Un prefecto de disciplina ˗otro˗, costumbre heredada de la secundaria pública a la que fui, me advirtió que debía encontrar la manera de no molestar a mis compañeros o me sacaban del internado. Así. Tajante.
Le creí. Tenía una vasta experiencia en la que había terminado lavando baños en lugar de disfrutar mi torta de jamón en el recreo o pintando bancas rayadas por otros como castigo antes de poder dejar la escuela a la hora de la salida. Una más me parecía ya alarmante. Quizá fue por eso o porque entraba en una etapa de menos tendencia a ser insufrible, pero recuerdo que me lo tomé medianamente en serio.  
Aunque no recuerdo que haya sido la lectura mi idea de hacer algo con las tardes de estudio obligatorio como betlemita, mis indagaciones me indican que en cierto punto terminé con un libro en el pupitre; un libro que sí leería, que hasta ahora puedo traer a cuento- aunque nunca supe el autor- casi a mis treinta años, tres lustros después de la plena adolescencia, lo tengo cual agua cristalina en la memoria de las experiencias sensoriales. Como a la primera chica que uno le ha tocados los pechos, el primer libro que lo cautiva a uno, no se olvida. Marco Polo y sus pesquisas, sus fechorías y sus lances, me hacen sonreír un poco aún. Me interesó porque, como me solía suceder, desde las primeras páginas se enamora de quien no debe y se mete en encrucijadas insalvables que milagrosamente sortea huyendo. Puedo asegurar que el viaje fue con los sentidos porque todavía recuerdo la descripción de un escondite en algún país de Oriente en el que para salvar una persecución se mete en un aljibe y se encuentra con una chica de gestos gatunos y piel apiñonada a la que le planta unos besotes. Yo, sonrío ahora, en aquellos días, creo, hasta tuve palpitaciones cardiacas de la emoción y el suspenso que leía.  Antes de este episodio puedo traer a la mente dos ocasiones más en las que había un fomento a la lectura en mi vida, evidentemente no con el rigor de éste que sí significó un tanto la vereda del presente. Aquéllos habían sido por demás amables.
Ese libro sin embargo, y luego varios más, sin que suene a presunción, fueron construyendo los libros que marcaron mi vida. No resulta difícil enumerarlos y entresacar algo que pueda decir de ellos. No me parece una respuesta tan complicada, solo posiblemente demanda un poco de perspicacia, unos minutos  de atención y un tanto de sinceridad porque, como decía mi abuela Cande, nadie habla de lo que no conoce.   

5 Escrúpulos y jaculatorias.:

Alma V dijo...

Esa frase de su abuela Cande quedó como entrada en el apartado que debía explicar porqué la propuesta lectura previa a cada actividad en el aula.
Ahhh qué bien me viene leerlo, de lo que me estaba perdiendo...
Saludos, profesor

Unknown dijo...

¿y Pepita?

Unknown dijo...

¿y Pepita?

Unknown dijo...

Peepiiiiiiiiita?

LSz. dijo...

te envío un texto donde Pepita es principal. Marco Polo fue un poco antes que Pepita. Pero sé que recordarás esa escena en la que yo leía que los personajes se besaban.

 
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