Regresar de un viaje


Querida Lilia,

Hace tiempo que no sabemos uno del otro. Acá ha ido bien. Salvo por unas agruras esta madrugada derivadas de mis indiscresiones alimenticias, todo va bien. Creo. Un poco de lluvia, un poco de canciones por aquí y por allá, un poco de lectura para acompañarlo todo. Leo A la sombra de las muchachas en flor, leí Necrópolis de Santiago Gamboa, también, a Juan, con ese libro sobre Goytisolo. Me ha fascinado. Esta manera de enganchar, unas veces ritmo y otra retórica formulada con ese ejercicio del que canta, casi casi. Me recuerda o, como un dulce eco lo miro en el Luis Goytisolo didáctico y encantador de La naturaleza de la novela que he leído con fruición, en algún café, en alguna biblioteca, hace unos días. Compré el libro en el Aeropuerto de Barajas, sólo por no dejar que el viaje fuera analfabeta y venirme sin una compra bibliográfica.

El mes pasado estuve en Barcelona y en Granada y en Córdova y en Madrid. Ha sido un viaje alucinante. Comer y beber y pasear: cómo quisiera uno vivir así y, por las mañanas, café y jugo incluidos, escribir por ahí el diario de esos días. Decir, por ejemplo, que Barcelona es una ciudad alargada y con puerto, que tiene gente malencarada y, muchos de ellos, también, muy guapos y que visten rompemadre, que las mujeres de más edad hacen que uno sueñe un poco en El Graduado. Que son, eso, muy guapos. Que la comida de mar es siempre seductora y acompañarla con cerveza clara es una delicia. También, podría haber escrito, que caminar por la Rambla me hace pensar en Guanajuato, pero, ver a Colón apuntando el horizonte hace clara la consigna de que estoy en otro lado, una latitud  y otro huso horario. Podría incluir en esos relatos de viaje que me he reencontrado con Rachel, una inglesa que vino a tomar cursos a la facultad, que  coincidía con que Ana Alba era una maceta cuando daba clases. Estuvo en México hace un montón de tiempo. Por azares de lo que sea vive en Barcelona y respondió mis mensajes y nos llevó, porque viajé con Diana, a quien conoces, con Abril y con Chucho, a quienes no conoces, a una tasca de puerto y lo pasamos muy bien. Esa tarde, como otras, se dio esa eventual manera de pasarlo en algunos sitios. Esas horas que se transitan, casi siempre, como en una fotografía, donde no se explica de dónde sale tanta plática y tanta sorpresa y tanto buen humor; tardes en que ya no importa si no he de visitar tal o cual lugar porque, y eso me sucede a menudo cuando viajo, se me antoja más el cafetín o, en este caso, la barra del lugar para comerse los boquerones y más vino o cerveza, y sonreír, como extranjero, como si en ese gesto, más bien incrédulo y apergaminado por las pocas horas de sueño, fuera la manera de capturarlo todo, entre el estómago y el esternón, en la mirada y los labios que regustan ese alimento, un estado feliz en el que uno no está en algún lado.

En Barcelona llovió casi todo  el tiempo. Visité el Guinardó sin la esperanza de encontrar a Marsé. Pasados unos días, cuando ya estábamos en México, por fin Vicente me envió el teléfono del escritor en Barcelona. Me reí un poco. También supe que fue mejor no buscarlo sino en la memoria de lo leído cada verano. Encontré muchas Teresas en el camino. las veía y podía imaginarme a algún charnego en vespa queriéndoselas ligar. Llegamos a la Sagrada Familia, un monumento que hace voltear para las cúpulas. El paseo de Gracia es algo vertiginoso y lindo. El centro de Barcelona, construcciones y Corte inglés incluido, igual.

Nos quedamos en unos departamentos cerca del Paseo de Gracia y de la Sagrada familia. Compartimos dos recámaras y, creo, en alguna noche de esas, con la vista hacia el ventanal, notaba que había menos lluvia. Me fumaba un cigarro mientras, de reojo, sentía el sueño de una de mis compañeras de viaje. La imaginaba, debajo de esas sábanas, cansada como esos cansancios de los que habla Segovia en los sonetos votivos y suspiré un poco. ¡cómo dan ganas de quedarse en otro lado!

Viajamos en tren rumbo a Granada. Un camarote de cuatro camas. Una cafetería, un vagón y el paisaje como de película de wéstern, como de novela de Delibes. Granada nos recibió con el clima de una nevada de hacía dos días. Pasamos el primero de mayo allá. Caminamos por el barrio blanco que le llaman, bebimos y comimos lo que ofrecían. Paseamos, casi sin rumbo, por jardines y callejones, por plazas y entre la gente, que era mucha. Es una ciudad efervescente porque es estudiantil, también harto turística. Fuimos a conocer el Mediterráneo al día siguiente, y es lindo, inmenso, sin olas. Pude ver, también, esos pueblos blancos de los que habla Serrat. Pude ver esa historia que se encala entre cada pared de los palacios del Generalife y la Alhambra que cuenta la leyenda de los almendros en Andalucía. Lo disfruté como si fuera el Tajmahall. Reinaron las tapas y la cerveza, también estos gestos de fascinación que no se pueden evitar cuando se conoce un mundo que es otro, pero que ya se ha imaginado.

La ida a Madrid fue por etapas. Córdova tiene una Mezquita gigante. Pasamos por ahí y vimos el mundo parados en un puente encima del Guadalquivir. Pensé en Chucho Valdés y en el Cigala, también en tanta guerra de Cruzados y árabes, en alguna novela de por ahí. Fuimos por pueblos rumbo a Madrid y, cuando por fin llegamos, me sonaba tanto a Sabina todo porque el cabrón le puso canción a las l+íneas del metro, desde Atocha hasta Tribunales. Ahí, la Puerta de Alcalá y el rastro y la puerta del sol y la Gran vía y los bares de copas y las noches neón y ginebra. Ahí Velázquez, Del bosco y El greco: el museo del Prado. El aeropuerto y las doce horas de regreso que reordenan lo vivido. Ahí, café y jugo incluido, el tiempo para reescribir lo que ha ido sucediendo los últimos doce días de la vida.

Raúl Bravo me ha escrito esta mañana. Me avisa que programaron una presentación de Eufemismos para la despedida. Un poco de pudor y un tanto de alegría es lo que me suscita esa noticia. Será el 12 de junio. Ya veremos cómo va. Ojalá podamos vernos y pasar una buena noche allá, en el Cuévano.


Abrazos efusivos, LF

1 Escrúpulos y jaculatorias.:

Anónimo dijo...

Seguro estás allá donde no huele a nada pero aquí desde ayer la noche huele a miel...

 
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