La hembra, como la fruta, ni muy verde ni madura






Hoy por la tarde hablé por teléfono con mi padre. Hace cerca de siete años emigró inevitablemente, por decisión propia; buscaba, entre otras cosas, un destino, salir de una crisis, sentirse útil, qué sé yo. Ya llegaré a esa edad para concebir las crisis de un hombre casi maduro con cuatro hijos que mantener y no saber cómo. Colgó después de unos minutos de plática, debía trabajar, creo que fue mero pretexto para soltar el llanto, cuando nadie lo ve, como dice Serrat. Le dije que había comido con el abuelo el domingo. Le dije, sin mentirle por supuesto, que mi abuelo hace el mejor vuelve a la vida de la república. le dije que su padre sería operado en unos días, y que no se ocupara de eso, que saldría bien y mi hermano "el orgullo familiar" lo estaría atendiendo en su fuente de trabajo, el hospital.


Mi abuelo, el hijo natural de un padre que como Raúl Zárate, llegada la edad, fue a buscar, inició como periodiquero desde los cinco años o menos. Se crió en las faldas de su madre, bastión posrevolucionario, como muchas de las bisabuelas, y la compañera calle que albergaba en ese tiempo saldos y humo de ferrocaril; tiempo de hambre y de coser suelas en caldo; de escondites para las vírgenes, de precariedad; enfermedades y deseo de superación. El PRI se formaba, los españoles arrivaban a México en busca de paz. Mi abuelo consiguió su primer empleo formal, ser el bell boy de un hotel atendido por gallegos gracias a esto. Ahí aprendió el manual de Carreño, y a la larga, se convirtió en todo un señor respetable y trabajador.


Decía la tarde de ayer, con tres o cuatro cubas de antillano encima -Nadie puede decir lo contrario...pregúntenle a los viejos que conozcan: lo que tengo, lo tengo de manera honorable y fruto de trabajar toda la vida-. No miente, mi abuelo faltará hasta hoy a su trabajo. Es un hombre de hábitos que no sabe sino trabajar y siempre ser el pijo aparte que se casó con la princesa.


Mi padre dijo sentirse orgulloso. Creo saber por qué, por el simple hecho de que su padre estuvo con tres de sus nietos durante la tarde como el desearía estar, como él siempre había estado durante toda la vida, desde las idas a Acapulco en familia, los domingos de guardar, el septiembre en que murió mi abuela, las navidades del abuelo viudo; mi padre tuvo que llorar por que sabe que el tiempo no pasa en valde y que la conciencia de finitud está muy presente, que la pérdidade mi abuela es una llaga que nunca cerró, y que trastocó todo lo que en aquél entonces era futuro y que ahora cuento, casi en tono insolente, como pasado.


Me felicitó por el título (que me ha costado, por imbécil y por incauto, no es novedad), pero sabía que me lo decía por lo entrañable que le resultan mis cuentos sobre las pláticas con el abuelo, sobre las carcajadas, sobre lo mucho que él quisiera estar acá. Él extraña, no había percibidio tal nostalgia sino hasta esta tarde noche. No, hoy es imposible negarlo, extraño más a mi padre de lo que pienso, y extraño en este setido, lo que quisiera él poder hacer con su presencia: cuidar a su padre, como yo quisiera poder hacer con el mío.


He dedicado en primer lugar mi trabajo de titulación a mi madre y a mi padre; en ese orden, no fue fortuito, pero tampoco es síntoma de restarle méritos a alguno, sólo es por orden alfabético.


Hoy le dedico las palabras, que junto con el silencio, son lo que queda ante la lejanía.


LF


1 Escrúpulos y jaculatorias.:

tu.politóloga.favorita dijo...

La crisis de los 50 afecta a todos los padres en mayor o menor medida. =(
saludos!

 
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