Regresos.


Acepto que me cuesta retomarlo todo. Aparece entre mi memoria y la ironia de todo, aquel texto particularmente recordado por muchos: El hombre que volvió de la chingada y otros retornos; sólo que al parecer, mi perspectiva es contraria: estoy volviendo a la chingada. Ya casi es viernes. Mi Mr. Hyde, está por aparecer; es imposible controlarlo. Pareciera como si Mr. Quincey fuera un vampiro y nos debiéramos ir preparando para cada luna llena. Lo he recordado hoy: ya casi es viernes.

Está mintiendo este otro, sus voces son de otros. Deben ser silenciadas. Ahora, estoy más alienado que nada. Vivo la parsimonia del esclavo. Vuelvo de mis sueños lúgubres al segundo timbrazo del despertador. Me quito las cobijas de encima y me dirijo al baño. Dejo deshecha la cama a propósito para saber que alguien resucitó de entre esas sábanas verdes. Me miro un rato en el espejo. Lo que encuentro no me gusta, no lo reconozco: meras facciones burdas apelmazadas, brillosas. Sin conciencia, como será cada minuto de este aletargamiento feliz, me meto al chorro de agua. Meo en la coladera, volteo a la ventana, veo un sol en ciernes. Me desespera que el tiempo no se detenga para seguir soñándote infeliz, pertrechada en una realidad como ésta.

De alguna manera logro salir de casa y me dirijo sin resavios de aquel sueño resentido y feliz. Recuerdo alguna que otra charla con otras gentes. Recuerdo el final de aquella carta leída en público a la hora del desayuno en la que "La Chocolata" se despedía con fruición de su amado seminarista de la frente ancha; Parra nunca se repuso. Siempre fue objeto de burlas. Comienzo a sorber el café. Dejo que se me escalde la lengua a propósito.

El semáforo está en verde y yo quisiera parar el auto ahora mismo. Acelera ruidosamente detrás mío una pick up con leyenda en el parabrisas. La leo: "No pasa nada". Cuando logro espavilarme, me quito el cinturón de seguridad. Justo cuando dejo caer con pesadez mi zapato izquierdo al asfalto, piso caca por segunda vez en el mes. Me da igual. Caca aquí, caca acá, caca por todos lados. Esto es vida.

Luego, a hablar de la Celestina a bultos. Otra hora más. Ahora hay que pensarse la siguiente clase: algo que entretenga. La consigna es que los jóvenes se interesen por sus estudios. Resulta que todo en esta vida, además de feliz, debe ser divertido. Estamos jodidos. Me he preguntado si Kafka, o mi colega el editor, me envidiarán. Yo no les envidio, sólo que en algún atisbo de sensación, se me ocurre que no puede ser tan malo todo. Nada, falsas ilusiones. Ser exhibido antes de las diez de la mañana (del nuevo horario) hace de mí una estatua. Así cualquier paloma podrá cagar en mi cabeza y yo no haré algo al respecto.

Estoy sentado y sueño que soñé contigo girtándome odiosamente: ¡Ausente! Yo quería ser el extranjero, que nada me importara; pero al desear algo, me inmiscuí en las cuestiones de las que estoy enfermo. He vuelto a tocar algo y desmadrarlo; debido a eso, prefiero el anonimato, la respiración circunstancial, la ausencia de cualquier emoción; no lo puedo evitar, la intuición es un juego inevitable: siempre queda una sensación anticipada de la enfermedad.

No es verdad. Mi yo, siempre ha sido alentado por una fuerza vital incuestionable. Tengo un súper segundo heroíco por las mañanas y canto cuando salgo de la cama. He soñado con tu culo y con tus labios, y tengo la sensación de haberte tocado lento toda la noche. Puedo ser feliz. Quién no me envidiaría. Tengo la posibilidad de enseñar a las generaciones futuras. Formar es una vocación tan apreciada. Debo aprovechar mis oportunidades.

Es otra vez miércoles, cerca al viernes. Donde me puedo esconder bajo la lámpara de mi escritorio y beberme el vino barato durante todo el día hasta quedarme dormido. Puedo desprenderme de mi ropa y estar tirado viendo fútbol por el aparatejo ése. Puedo tragar a mordidas la tarde soporífera. Quién pudiera pensar, tocar, detener el tiempo.

Me alienta haber dejado de esperar. Ahora, sólo transcurro.

1 Escrúpulos y jaculatorias.:

Nerea dijo...

Si te pones a pensar, no hay día que esté suficientemente lejos del viernes. O del domingo con su vacío existencial. O del miércoles con su abismo vertiginoso de la mitad de la semana. No podemos huir del martirio de los días, porque en el fondo no son los días, sino nosotros,y no podemos huir de nosotros mismos, desafortunadamente.

 
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