Cartas nunca envíadas.

La literatura vivirá mientras alguien que se disponga a escribir una simple carta dude unos instantes acerca de la manera de hacer verosímil lo que se propone decir en ella. Y en el peor de los casos aun suponiendo que la gente deje de escribir cartas, la literatura no morirá mientras los poetas, además de escribir sepan leer. Es decir, señoras y señores: los poetas no morirán, precisamente porque mueren
(Enrique Vila-Matas, Historia abreviada de la literatura portátil).

Noviembre de 2007.
Juan:

Suelo no cumplir. Suelo dejar las cosas a medias. Me canso. Me desanimo. Tú lo sabes. Tú lo vives de alguna manera, o eso quiero imaginar. Inmerso en el cansancio todo se ve lejano, como si la memoria alargara las cosas, muestra lo trabajoso que resulta concebir que se ha vivido y lo que se ha convertido es vestigios. Es complicado recogerlo. Hoy, por enésima vez, intenté concluir los textos que he escrito. No hace falta recordar que no pude. Mi naturaleza es frágil y no logré nada.

Creo que me dedicaré a platicarte brevemente cómo es que me metí en este embrollo de los ensayos y de las parasitarias prácticas que nos quedan a individuos sin talento. Prácticas que por no sé qué cuestión en México nos han permitido medrar y mellar a las obras que se muestran. Debo confesarte que mi interés fue siempre genuino. Ingenuo, pero honesto siempre.

Pasaba por una especie de bolsa al vacío en mi vida. Como todos sabemos, venía de salir más o menos sobreviviente de un proceso largo en el que me metí por idiota. Tú mismo lo has dicho miles de veces. De hecho, la situación en la que estuve implicado tenía que ver con cuestiones de margen y de injusticia; de capricho y de insolencia estudiantil. Tú bien lo sabes. Yo nunca lo supe a ciencia cierta. Lo único que sé y que quizá puedo decir es que conocí la frustración y la fragilidad muy de cerca. La impotencia hizo añicos mi estómago, y estar en vilo las veinticuatro horas del día ayudó a mi dieta. Reduje cerca de ocho kilos entre depresión y caminatas furtivas en búsqueda de salvación. No creo ser parásito literario, aunque mi formación y mis influencias y mis conocidos indiquen que lo soy. Es decir, tuve becas, de poca monta, pero las tuve. Viví del presupuesto este año gracias a un ensayo sobre literatura, no más que tú sin embargo. Eso lo sabemos bien de cierto y no por suposiciones. No obstante, sirva mi preámbulo a la explicación de la literatura y la vida. Alguno habrá de gritar todavía, a la usanza romántica más que bohemia, que la literatura es vida o que hay que dedicarse a la literatura porque la vida apesta. Las dos apestan pero resulta que también ambas, imbricadas o no, nos interesan a todos. Todos somos cuentistas o falsarios. Todos somos impostores o rebeldes. Todos inventamos. Ya lo dijera Machado, “también la verdad se inventa”. Ahora mismo me invento algo cada vez que pienso qué poner en esta carta que forma parte de un ensayo. Trabajo que es parásito y por lo tanto mi engaño es mayúsculo porque estoy conciente de ello. Pero es así, con las circunstancias consuetudinarias, como puedo mostrar, por supuesto, no sin riesgo, que la literatura salva. De maneras insospechadas, irónicas y hasta chuscas.

Ahora mismo se me venía a la mente cómo es que perdí el sarcasmo, la capacidad de respuesta y me inscribí en un mutismo desesperante, en un hiperrealismo victimizado de puta madre. Ahora mismo me venía a la mente cómo es que ganó el desprecio por todo o la antipatía, y me encausé en un derrotero triste y con inclinación al fracaso. Ahora mismo me preguntaba cómo es que podría encontrar la risa que mi psicóloga siempre me recomienda aumentar, por no decir incitar un poco en mi vida. No es que sea un desgraciado ni mucho menos, todos sabemos que desde siempre fui un privilegiado social y hasta soberbio, sólo que me cuesta divertirme y me siento un exiliado y disfruto de pocas cosas. Me ilusiono poco y sueño mucho menos, esto no es normal para los que no son jóvenes y ven a los jóvenes sin fantasías con cierta nostalgia. Prometí que escribiría cartas. La distancia que otorga este acto me parece significativa. La distancia es literaria. Permite ver lo que no vería frente a frente o, qué sé yo, en algún debate. La distancia que presumo es una que me permite ser sin juicio. Solamente leído. El morbo logrará hacer que me leas, estoy seguro. Verte implicado en un escrito alimenta tu megalomanía. Querrás encontrarte aquí, y lo harás. Podrás saber que en los pronombres de segunda persona estás tú.

La crueldad de la literatura actual, la vacuidad más que citadina y personalísima, o las mil quejas sobre el entorno, no me resultaban nada lejanas. No me resultan nada extrañas. El mundo es cruel, Las noticias muestran lo escabroso de la realidad, una donde hay fila para la desgracia masiva y sala de espera de aeropuerto en huelga en lo que concierne al fracaso de proyectos vitales. Todo mundo lo ha perdido todo. Todo mundo ha perdido sus nubes en dónde pisar. Cada uno empieza su relato desde la pérdida. Me lo tengo bien comprobado. El tiempo irreal es el más socorrido. Somos una sociedad, un mundo, unos individuos, parapetados en el subjuntivo, y dime si no.

Ha dicho Dajandra, y lo han dicho algunos otros. Al que tengo en la memoria es a éste y a Vicente Verdú, de quien hablo en mi ensayo-cartas parasitario, que se hablará mejor de lo que se conoce. Una práctica socrática es entonces la que debe envolver al tema literario, sea novela, cuento, reseña o ensayo. El parásito se justifica cuando habla desde la experiencia. Si bien es cierto que de lo que hablo es de los tormentos internos y no de una miseria física o colmada por la hambruna africana, sí te puedo hablar de conflictos personales en los que todos nos vemos atrapados. Una cárcel que cobra poca importancia frente a otras circunstancias de tercer mundo, pero que es menester no ignorar en civilizaciones tan claramente apretujadas como la que vivimos nosotros. Así, de las dos novelas de las que hablo a tientas en mi ensayo me han venido como anillo al dedo. Por un lado, Juan Goytisolo nombra el asedio del que tiene poder contra el que no lo tiene, e idea ciertas salidas y salva con ciertos enredos, e ilusiona al que está oprimido. No promete nada como yo te he prometido, por ejemplo, escribir una carta; sólo denuncia, cuestiona y pone de manifiesto una inconformidad que seguro tú y yo tendremos siempre frente a la injusticia o frente a la impotencia. Tú, yo y muchos, hemos sido parte de esto. En un lado o en otro, podemos hablar desde nuestra experiencia.

También Vila Matas, que en ocasiones imito deliberadamente me resulta muy familiar. Mi visión solipsista embona cercanamente con lo que el dietario novelista de El Mal de Montano inscribe en la literatura. Un individuo defectuoso y despreciable que escribe sus diálogos interiores a falta de alguna interlocución. Enfermo de algo y acongojado describe, uso esta palabra a falta de otra más precisa, su viaje inmóvil por su vida, y evidencia su estancia confusa, de Minotauro, de Midas desgraciado.

Escenifiqué y escenifico ambas posturas, quizá porque son la misma. Por un lado veo la crueldad, la interiorizo y hasta la quisiera denunciar, pero veo que no hay salida, que es punto menos que imposible que la queja sea escuchada. La épica de los vencidos tendrá que esperar. Por otro lado, he estado, desde hace un tiempo, y mis ojeras lo atestiguan, en soledad y desplazamiento absoluto. Tan sólo en soledad me queda mi librero y esta máquina, invento moderno, desde la que te escribo. Tomo del libero algún texto casi al azar o por capricho anímico, leo y escribo lo que leo. Me pienso la realidad y siempre me acosa una pregunta ¿acaso no habrá algo que hacer con este maremágum de injusticia y degradación?

¿Y quedará algo de este devenir? Mi escritura, como la escritura de quienes impunemente abuso puede emerger como este reflejo, no simple o de espejo descriptivo que no da más que lo mismo, sino de escenificación, de una sociedad contemporánea que abandona y que somete. Construyo o destruyo como ellos. Salvo, no sé si para bien. Reivindico o edifico una justificación de los unos frente a los otros. Me entrego a una labor melancólica desde su propia naturaleza. El melancólico se obsesiona con el mundo, y quizá por eso mismo es que puede ser capaz de leerle mejor, dice Vila Matas. Termino creyéndome, a pesar de lo que he dicho, es más, a pesar de todo, que soy un soñador. Un melancólico. Pienso en la posibilidad. En el individuo como proyecto en interrelación con todos los fragmentos que tenemos y que inciden en nosotros, en mí.

He mencionado la experiencia. Creo en esto que he dicho, primero porque, como dice el propio Goytisolo, no es posible crear una obra sin combinar la experiencia personal, única; y porque sí, no hay otra forma de reconocer el mundo que quizá sea posible transformar si no se reconstruye. Y por último, dice él mismo, eufemismos balsámicos a fin de cuentas, que la escritura es el punto más importante de la experiencia, no sé bien por qué, pero ya lo investigaré.

0 Escrúpulos y jaculatorias.:

 
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