Pronucié en presentación.


De “Literatura y 68, cuatro consideraciones. De Alejandro García.[1]
Luis Pérez.

A Alejandro García lo tengo como un académico con gran sensibilidad. Del día que lo conocimos guardo en la memoria su temple y su calma para recitar poemas de memoria. En aquella ocasión, habló de un poeta que después yo leería. Jaime García Terrés era objeto de homenaje por aquellos días, era el décimo aniversario de su muerte. Curiosamente, este escritor al que daba merecido homenaje Alejandro García, que ese día estaba en el estrado, se distingue según sus biógrafos por el empuje y la pasión para promover la cultura, por promover la poesía y por promover las revistas de corte literario. Fue éste mismo, durante una época dorada, director de La Revista de la Universidad de México, La Gaceta del Fondo de Cultura Económica y de la Biblioteca de México. Fue él mismo o al lado de éste como conocí o supe de Alejandro García. Esa mañana, algo adormilados o, siendo francos, bastante crudos, escuchamos -bajo la cadencia de una voz acostumbrada a enseñar- la invitación al viaje: “La ciudad”, de Kavafis.

Juego con esta referencia porque precisamente en esta ocasión lo que estamos haciendo es presentar una revista. No encuentro un mejor ejemplo que García Terrés, traído a colación por Alejandro García, para hablar de revistas de divulgación cultural. Tanto uno como otro, siempre han mostrado responsabilidad y sensibilidad y entrega por el tema de la promoción cultural; y no se puede dejar de lado tampoco lo necesario que para ellos, y que lo es en realidad, tener termómetros periódicos de la cultura en México. Eso son las revistas culturales, unos recolectores de la temperatura de la sociedad. Son también el espacio para la crítica y la opinión, el diálogo y la apertura de horizontes; son la colecta del tiempo, en ellas encontraremos lo que la historia filtrará para su cuento.

Alejandro García presenta pues, en Cuestiones Culturales, Nueva época, un trabajo a cuatro apartados -con cuatro consideraciones- acerca de la Literatura en el 68. Él afirma que el movimiento de aquel octubre “Puso a los jóvenes en el mapa de la nación, con su vocabulario, sus aspiraciones, sus dudas. Por primera vez los jóvenes dejaban de ser esos adultos de antemano condenados al sacrificio de la convencionalidad y del buen comportamiento” (16). Afirma y, quizá sin reservas es una consideración que suele renovarse cada vez,

Había una profunda ignorancia sobre el papel de los jóvenes y su derecho a intervenir en las decisiones del rumbo nacional. Y algo similar sucede con el habla de los personajes literarios. Es como si la juventud siempre fuera recuperada desde la madurez o desde la ancianidad y no desde su propia experiencia. Se abre así un amplio territorio de exploración y de testimonio (16).

Resulta algo significativa la falta de memoria que solemos vivir, siempre dejamos de recordar pronto: los adultos, que son los que están siendo juzgados aquí, suelen olvidar lo que fueron de jóvenes. Acostumbran vivir bajo el eufemismo de no saber lo que cuando, como dijera aquel gran endecasílabo, “traíamos toda la leche adentro” se hacía. Deciden borrar de tajo todas las locuras e ilusiones, ideales y consecuencias no asumidas durante aquella edad. Optan por callar y suspender y tapar que ineludiblemente “Alguna vez fueron Jóvenes”, como diría Carlos Mata. Clausuran sin mirar sobre el hombre al pasado y comienzan a vivir a los treinta o a los no sé cuántos cuando ya se es alguien útil, alguien que no chilla frente a nada, alguien que ya no se queja de veleidades, éste que ha aprendido los lemas de la madurez: responsabilidad y trabajo, por mencionar algo.
Bajo estos parámetros se es joven y se está destinado a la insolencia y a la rebeldía y sobretodo a la incomprensión desde varios bastiones, además. Ser joven es lanzarse contra la pared o dar tumbos queriendo despertar a la vida. Ser joven es una pérdida de tiempo y una espera desesperada por crecer, para así, despojándose del capullo de la enfermedad que se llama juventud sea posible, ahora sí, ingresar a la vida, a la verdadera vida de todos los días.
Pero el papel importante del joven radica en no desaparecer. Resulta una paradoja benéfica para nosotros este no reconocimiento, esta lucha por ser escuchados, por tener una voz propia es desde esta postura el motor de nuestro empeño. Se pude notar este espacio, que Octavio Paz propone como el lugar de la frustración, como el momento en el que se quiere todo pero se puede nada. Ser juventud equivale formar parte de “los reclusos privilegiados, irresponsables peligrosos, seres reales de un mundo irreal”.[2] Alejandro García resalta atinadamente esto: “la literatura del 60 llegó para quedarse a través de la literatura de la Onda y de técnicas innovadoras o bajo el tratamiento de temas universales. A la discusión agrega sin piedad Sara Sefchovich: “Los jóvenes se sentirían dueños del mundo, ajeno a nada que no fueran ellos mismos; lo social se irá alejando cada vez más del horizonte y en su lugar quedarán las preocupaciones íntimas y personales como en las novelas de García Ponce” (17) La literatura del 68 es un gran ejemplo para comprobar que la juventud está, o puede estar imbricada con ondas de rebelión que pueden sacudir al mundo entero. Más allá del cuestionamiento de la figura paterna, los jóvenes pueden inclinar su discusión hacia el mundo discrecional, corrupto y abusivo en el que nos movemos y soñar, por qué no, con un mundo como el que apenas alcanzan a imaginar.

Luchar por controlar sus pasiones y el carácter también es una lucha válida. Luchar para afuera las luchas internas y empujar y poner empeños sobre los sueños, sobre las ilusiones, sobre cómo conseguir el reconocimiento también es una batalla valiente. Situarse en el sitio más irreal es el destino. El joven está en tierra de nadie, en el vacío quizá, pero este sitio que se antoja de olvidados, es el sitio ideal para la crítica. Es el balcón desde el que puede emerger la voz y poner en cuestión los lemas y las morales reinantes. Ya sea para derrumbarlos o para suscribir su vigencia. Es desde aquí que puede surgir nuestra voz, la de cada uno y la de todos, como una voz entre las otras para no callarse nunca, o por lo menos, no desde ahora.

Estuvimos, mi colega, el anacentrista Alejandro Palizada, Margarita Espitia, estudiante de la Facultad de Filosofía, Atala Solorio, directora de Casa de cultura y una nutrida banda escandalosa hace ya dos miércoles en la presentación del segundo número de Cuestiones Culturales, nueva época. Revista trimestal de difusión cultural.




[1] Alejandro García, “Literatura y 68: cuatro consideraciones” en Cuestiones culturales, Nueva época. Año I, núm. 2, octubre 2008.
[2] Octavio Paz, Posdata. FCE, 1981. pp. 23.

2 Escrúpulos y jaculatorias.:

G Velázquez dijo...

¡Qué buena foto!

LSz. dijo...

jo, ya presentaremos al fotógrafo.

 
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