B VI

Mis ochenta kilos de peso se estremecieron de súbito a las cuatro y media. Cerré los ojos inmediatamente, me dije a mí mismo que debía dormir aunque fuera de ahí al amanecer. No lo logré de inmediato, pero la próxima vez que vi el reloj del celular sin llamadas ni mensajes eran las seis treinta. Cogí el libro de debajo de la cama. Leí dos relatos. Me estiré y sentí las piernas calientes. Leí hasta que amaneció totalmente. Luego, la rutina deportiva. Caminé los cuarenta minutos reglamentarios, troté mis veinte y corrí otros quince, troné. Las ampollas hacen lo suyo en mis esfuerzos. Luego, un poco de circuito aprendido en entrenamientos futboleros allá en la preparatoria cuando casi fui profesional del fútbol y que dimití por un sueño que no sabía muy bien cuál era. Sudoroso y casi avatido por las ampollas fui por víveres. Estuve merodeando el centro comercial. La cuenta. tarjeta, vuelta a casa en caminata. Me siento fatigado. Debo reponer mis avances para la escuela y debo reformatearlo, debo incluir un índice y debo reescribir algunas cosas con el afanoso empeño de que queden claras las cosas. Siempre hemos sabido que no sé escribir claramente, vaya tarea la que me espera.


He estado aplastado en otro café. Está poblado y fumo el segundo cigarrillo. La caja me ha durado toda la semana. Se nota que hago ejercicio, cuando lo hago dejo de fumar instintivamente. Reviso la bandeja de entrada, reviso las notas que dejé pendientes ayer, no me da la gana continuar, me cuesta trabajo. Sólo me viene a la mente un personaje de mis sueños que se ha tornado recurrente desde hace años. Quizá sea la culpa que debo pagar por dedicarme a ver los capítulos viejos de Los años maravillosos por las noches. Ya escribiré al respecto, sólo me resta adelantar que es la clásica historia de desengaño en el que el adolescente vence por fin la vergüenza de quedar en ridículo al llamarle a la chica de sus sueños, por lo menos a la que en ese momento rinde a sus sueños apareciendo una noche sí y otra también en ellos. Sólo me resta adelantar que es la historia del adolescente que en una apreciación luminiscente de alguna señal se pone valiente y logra vencer esas murallas de la pena y hace lo que debe para alcanzar la voz de la morrita ésa de los sueños. Sólo resta adelantar que la consecuencia es el ya clásico desengaño en el que la niña ni siquiera sabe de la existencia de quien le llama, la triste historieta en la que uno no figura en la vida de la otra, la caricatura vital y frustrante en la que ella siempre tiene otra cosa que hacer frente al mundo que el que ha vencido los obstáculos gigantescos como molinos de viento y, efectivamente, es la cauda ridícula de bofetadas en las que el que quiere no puede.

5 Escrúpulos y jaculatorias.:

Yan dijo...

ufff, demasiado rudo with yourself
por eso siempre hay que vencer la p*ta pena, jo
abrazote

Anónimo dijo...

las cosas aparecen cuando dejas de
buscarlas, dicen.

ojalá pase rápido tu malestar. abrazo!

LSz. dijo...

Sí. Dicen. Dicen que los triunfos llegan a uno cuando ya son indiferentes. Yo mismo lo creo. Sólo que la simultaneidad, a veces, a uno lo sitúa en el sitio del que no alcanza.

LSz. dijo...

Yan, ¿de verdad hay que vencer la pena?

José Antonio dijo...

L, abrazo convaleciante. J ha cogido una infección por tanto aire acondicionado.

 
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