B VII

Ayer regresé a esa temporada -más bien latente desde y para siempre- de sentirme incómodo. Esta sensación tan familiar a mí desde que recuerdo. La sentencia tatuada de ser el indeseable. Incómodo desde que las amigas de mi madre veían en mí a un insufrible muchachito que se tragaba las aceitunas sin glamour; incómodo desde que el maquillaje de esas señoras me rozaba los cachetes y sentía un asquillo más bien relacionado con mi manera de percibir el mundo, creo. incómodo desde que en la secundaria las niñas opinaban que debíamos besarnos en las mejillas al saludo, siempre sentí que yo apestaba; incómodo y sucio por todo, incómo siempre.
Y es que siempre he recogido el mundo a través de los sentidos. Soy un perfecto irracional, o mejor, para que el apocamiento sea exacto, un animal. Siempre basé todo en el olor de las cosas. No porque quisiera. Ya he afirmado aquí que soy un tipo que aveces quiere, pero también siempre sólo debería querer lo que puede, de otra manera cada paso será lo que es, una chingada frustración anunciada. Recuerdo el olor a pollo en mis manos cuando niño, recuerdo que lo intentaba erradicar con servilletas; recuerdo mi inutilidad pues no atinaba a ir al baño y lavarme las manos. Aunque ahora que lo menciono, iba y usaba el agua, pero no el jabón porque el olor de éste me causaba repulsión. Siempre he sido así, y en aquellos años ochenteros en los que la dichosa posmodernidad y la globalización y las pinchemil marcas todavía no llegaban a la casa. Seguíamos bajo el régimen de las dos opciones, las mismas siempre:zest verde o nórdico. Para ambos tenía yo mis ascos. Me daba tanto trabajo experimentar placer en el asunto de la limpieza. Y así, paulatinamente, ahora que lo rememoro, me convertí en un sucio, sobretodo espiritualmente. Tengo varios momentos en los que los olores hicieron de mí algo como lo que soy. Recuerdo el olor a lápiz de labios de mi madre, un preciso olor para iluminar mi conflicto de Edipo de aquellos años. Sí. El lápiz de labios era síntoma de fatalidad. Recuerdo haberme emberrinchado alguna vez cuando veía a mi madre utilizarlo. Ya sabrán los que saben de esto de los conflictos freudianos hacia dónde iba este cuerpecito regordete envestido en shorts, camisetitas y harta mugre de los pisos de la casa de rejas blancas. Ya sabrán que éste despeinado, de cabello quebradizo y abundante se apoltronaba tras un berrinche como el que ahora, con ochenta kilos de peso pudiera experimentar dada la situación de ver pintarse a alguna morra de sus sueños para otro que no fuera él. Como Kevin Arnold y Winnie Cooper, ah, la angelical Winnie en aquellos capítulos de los Años maravillosos en los que Kevin se quedó sin su Winnie. Como este personaje, claro, el regordete del que escribo aquí se sabía sustituido y le dolía desde los tres o cuatro años de edad. Le duele siempre. Lo recuerdo cada vez que escucho a ese Ángel González a ritmo de Pedro Guerra recitando aquello de "definitivamente soy un lujo pasado de moda". Siempre existe esta sensación de ser el que ocupa un lugar que no debe. Un enrarecido acomodo en el que uno sabe, no se sabe por qué, que no debe estar allí. Así, con una lumbalgia ácida he amanecido esta mañana de domingo, pardísimo, lluviosísimo, solísimo.

3 Escrúpulos y jaculatorias.:

carmen jiménez dijo...

Hola compañero de letras: Temía no poder seguir los capítulos y tener que esperar a verlos impreso. Pero no. Mi insomnio vuelve o lo llamo, ya no sé. Vuelve casi como vuelve a ti esa tristeza que te empeñas en desterrar. Trago los ácidos de la noche, dejo que el insomnio se apodere de mi y trato de mimarlo leyendo. Ahora te leo a ti. He comenzado los capítulos de adelante a atrás, pero igual tiene sentido. IX, VIII, VII. Leo Puebla y pienso en mis recuerdos de Puebla (los tengo) Leo Ángel González y me deleito con cada letra de su nombre (me encanta Ángel) y si además lo combinas con Pedro Guerra...Precisamente hoy vengo de un recital de poesía de Carmina Casala. Y para entretener tu insomnio, te diré que todos los 8 del mes, a las 8, en la calle Libertad 8 de Madrid, se dan cita los amantes de la poesía para escuchar a poetas "consagrados" , por supuesto la palabra entre comillas. Y justo hoy compré un libro de la Historia del Local y en la primera página, una canción de Pedro Guerra que dió sus primeros pasitos recorriendo garitos, y me emocioné al compartir el mismo lugar donde Ángel González se sentó tantas veces y donde ahora voy yo todos los 8 a las 8 y donde conocí a una escritora de la que me enamoré al escuchar su primer poema: Elvira Daudet. Una poeta que tuvo a bien venir a verme recitar mi primera vez en la localidad de este pueblo mío, que no es Puebla, pero es pueblo igual.
Bueno, que seguro ya he conseguido dormirte. Pero por si acaso, te diré que cuando me pinte los labios, observaré bien la cara de mis hijos:)
Un abrazo.

LSz. dijo...

Los hijos miramos de reojo.

Nada de dormirme, he sonreído por el momento casi cósmico de dar rcuenta de las coincidencias. Efectiamente, Ángel González combinado con Pedro Guerra: por aquí pasa un río.

un abrazo desde esta Puebla.

carmen jiménez dijo...

La madres también miramos de reojo. Incluso vemos cuando cerramos los ojos...

 
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