Días ventosos, una bitácora sin orden.

"con el sigilo bibliotecario de las espectadoras enamoradas, me preguntaba qué ocurriría después, cómo terminaría el filme"

Llanto de Lisboa, Manuel R. Montes


Caí como plomo sin echarme el baño de rigor. Venía de jugar con los hermanos hepáticos. Jugamos sin cambios e Irving, quien había sufrido un poco por la rudeza del juego de fútbol sala, demostró una voracidad como defensor y una técnica envidiable al ataque. Estaba contento pero batalladoramente agotado. Me deshice de la ropa y me eché entumecido por las contracturas. Eran casi las dos de la mañana. Mi iluso intento por comenzar a leer la novela de Manuel fue siemplemente inoperante.

Amaneció tarde. Era medio día y no acarreaba fuerzas para levantarme. Abrí los ojos de niño preguntón, se escuchaba a alguien lavando en el patio de abajo, un poco de música en el comedor de la pensión, y mi respiración tenue. Cogí el libro, subrayé frases. Barrí el cuarto que acumulaba polvo por la ausencia y la tristeza de los libros guardados; debía desalojar esa polilla de otros días acaecidos. Mientras pasaba la escoba bailaba el "ahora quién" de Marc Anthony. Me divertía y me sonreía por lo vago y flojo que aparecía ante mí.

El día ha sido entristecido. Así, sin predicados. Como si sólo existiesen días así, pardos y emocionalmente a medio gas, como si algo estuviera por suceder o, quizá, como si ya hubiera sucedido antes y sólo se recogieran las cenizas de la erupción. La música del día ha sido así, casi silente, con una oquedad profusa, coloreada por una carta que nunca se respondió, hecha emerger por esa bolsa de vacío en el que simplemente está el espacio de la inminencia, del silencio ocre, de el amoroso sigilo bibliotecario en el que existe una resignada contrariedad.

Bebo café en el sitio de la esquina. Una extranjera hace notas a mi lado, una trinidad de viejos discuten sobre el narcotráfico, el tránsito en la calle no es violento todavía y las madres acompañan a sus hijos de uniforme escolar y manchas en las rodillas y en los cachetes por el día en el salón de clases. Bebo café y tengo una libreta de pastas gruesas muy cerca. Escribo y bebo café. Escribo, bebo café y miro.

2 Escrúpulos y jaculatorias.:

Anónimo dijo...

Vaya. Ese espacio de la inmiencia, la resignada contrariedad... espero no tengas inconveniente para que tome este otro fragmento. Saludos mi querido L.
AR.

LSz. dijo...

Ninguno. Todo un halago, en realidad. Jo.

Un abrazo querida AR.

 
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