Bailar con la Marrana Blanca.

Frunzo el ceño como si no hubiese dormido bien. He ido a la tienda y, al caminar las cuadras, noto cuán cansado siento el cuerpo, como si estuviese saliendo de una paliza, como si hubiera nadado o recorrido kilómetros a pie, como si hubiera caído de un segundo piso, como si hubiese llorado largamente.
Me había ido a la cama con una sensación extrañísima. Colgaba de mí un ya no tan ligero dolor de espalda y una hiperestesia impertinente de hacía unos minutos para acá. Nada grave, pensé. Me echo y a dormir. Ha sido un día largo y con demasiada sociocrítica, demasiado Bourdieu, demasiado Flaubert, demasiado Zola. Algo me había penetrado. Me había puesto insolente hacía rato, un inexplicable sabor amargo y una suerte de delirium tremens tardió me atenazó el alma. Simplemente me puse inflexible, casi encaprichado, muy solo. Y me desdoblaba algo idiota, algo desbordado, algo pirado.
Me fui a la cama y creo que bailé con la Marrana Blanca. Me tiré y sentía agotado el cuerpo pero no cerraba los ojos. Estuve dormido con los ojos abiertos un largo rato, era incapaz de moverme, supongo que mi cerebro daba órdenes a un cuerpo rebelde o fundido que ya no respondía. La mente, creo, seguía su tránsito del día y pasaban imágenes de varias cosas y me golpeaban de una manera extraña y sólo recuerdo un gemido ligero cuando se escucharon ruidos de explosión en no sé dónde. Pensé que despertaba, pero no. Seguí imbuido ahí.
Había un corto circuito en mí y bien aparecía la estampa de un tipo tras gafas oscuras que, boquiabierto, rememoraba la imagen de una mujer que cruzaba rumbo al baño desnuda, azogadora, aparecía la sensación de estar mirando la piel broncínea de unos chamorros enfundado en un vestido blanco, corto, que se alejaban, aparecía la estampa de un ventilador en el techo que iluminaba cansinamente las caricias de una pareja en un hotel de techos altos, ellos sudaban y se olía el instintivo fragor del sexo, apestaba a almizcle de esa morena y se podía sentir lo furibundo del hombre cuando la embestía mientras ella estiraba una mano en busca del cuerpo de él, encontrándolo; se colaba la imagen de un viejo gordo tras el volante de un auto caro masticando palabras rudas a una mujer que se veía en un espejito redondo y se intentaba maquillar, una mujer sirviendo frituras con salsa San Luis a su novio, el novio comiendo de un plato gigante entre las piernas, descuidadamente, casi sin modales; una mujer diciéndome que no era confiable, reclamándome que no se supiera qué quiero nunca, que rechazara sus consejos, que no quisiera su ayuda; me invadía como si fuese una manta pesada y gigante la imagen de G enfurruñada pero triste en un barrio ensombrecido por el polvo de los autobuses donde se escuchaban martilleos cercanos y punzantes, y me dolía, me quedaba claro que había hecho yo mal las cosas -aunque no sabía cómo- y se hubiera alejado de mi vida, burbujeé un, te extraño. Pensé en alguien más y la mandé al carajo olímpicamente, no la quise en mi sueño y no supe por qué, como personaje de algún drama realista, sabía que despertaría en algún momento como si se pudiera olvidar a elección. Aunque se sabía que eso no sucedería.
La siguiente escena me mostraba montado en un chevy casi destartalado junto a una tía y su pareja. Íbamos por una mujer que nos esperaba entre camionetas blindadas. Bajó y no saludó. Mi tía se mostraba excitada. Se metió en el asiento trasero y dio la orden a mi tía. Arrancó vehemente hasta llevarnos por un camino terracería a no supe dónde. Paramos. Recuerdo que nos seguían las camionetas blindadas y se escuchaba la violencia con la que acechaban. Nos seguían porque estábamos con ellos, al parecer. Apenas iba yo a voltear hacia atrás para echar un vistazo a lo que sucedía me exigieron no hacerlo. Mi tía era una groupie de esa mujer de cabellos teñidos y gesto adusto, como de vieja joven, como de fumadora empedernida, como de malhumor de siempre. Estampé mi mirada en el espejo retrovisor. Sacaron a un hombre, a dos, a tres. Los asesinaron estruendosamente, a lo lejos, como en el desierto, parecía todo eso una película en el Medio Oriente. Mi respiración se aceleraba. Mi tía soltó el embrague, piso con el pie derecho y sentí el chicoteo del arrancón. Sin rumbo. Terracería, Tiradero de basura. Comunidad a lo lejos. Garzas. arribamos a una pendiente amenazante, muy vertical. El auto suspendido en el aire, el estómago se me hizo pomada, un gran golpe y una sensación de deshuesadero; caímos en caída libre y supe que era un sueño porque nos supimos fuera del coche sin rasguños, sólo una sensación casi vomitiva me invadió. Paramos en una casa. Ya nos esperaban unas camionetas y un grupúsculo de gorilas armados y malencarados. La mujer no se despidió, sólo esparció un gesto de satisfacción. Intentamos irnos pero ya no hubo tiempo, una redada nos orillo a meternos en la primera casa que encontramos. Cuando menos supe mi tía estaba esposada, a nosotros no nos hicieron nada. A ella la acusaban de bandalismo por andar rampeando con ese chevy grisáseo. Los asesinatos y su contubernio con la banda ésa no tenían que ver. Alcancé a escuchar en una televisión vieja el noticiero de Detroit que reclamaba libertad para mi tía, víctima de la represiva seguridad pública.
La casa era de cubanos. Aunque vi a lo lejos la viva imagen de un tío. Yo, no supe por qué, recordaba que ese tío morenazo y bigotón me había contado, frente a unas chelitas, en un jardín, hacía tiempo, cómo habían asaltado un barco filipino hacía un lustro. Afirmaba que sin armas, sin violencia, sólo piratería con honor. Me había mostrados sus cicatrices y un tatuaje de pertenencia a una banda. Celebraban a una mujer, la mujer estaba en una camioneta vieja, verde, apestosa a diésel. La mujer tenía un aspecto esperpéntico, leprosa y un gesto risueño que inspiraba asco; extremidades alargadas, muy alargadas y chiclosas y algunas berrugas que se podían notar en el cráneo debido a su calvicie. Se escuchaba música al fondo, algún vallenato. Me vi bailando con la vieja y sentía cómo sus miembros se adherían a mi piel, la manera en que me consumía con su risueño gesto, yo sentía que se derretía mientras bailábamos, pero se mostraba divertida. Pensé que estaba fingiendo compases con un árbol llorón. A pesar de todo, la vieja de trapos viejos arrastrándose frente a mí, ostentaba un aire de seducción lunar que me jaloneó y no pude evitarla. Dentro, la fiesta se fue poblando de conocidos míos, ex compañeros, mujeres que me daba la impresión de conocer pero que no me saludaban; las había conocido en algún lugar costeño; recordaba, más que sus rostros, su piel morena y tostada por el sol, el olor a mango de las jornadas aquellas de cuando era un preparatoriano venido a jornalero. Había escaleras de caracol y actividades patéticas, se sentía la presencia de comida, también había un aire de finitud, de desierto y hasta de algún producto gasógeno en el ambiente. Se escucharon explosiones y parecía que el piso se desintegraba. Todo se llenó de aguas negras y, en una suerte de imitación de termitas en caricatura, el asfalto de las calles desaparecía en segundos. Recuerdo que brinqué de una acera a otra, había mucha gente, luego volví a brincar. Encendieron la camioneta vieja, verde, apestosa a diesel. Se esfumaron. Yo sentía que había bailado con la muerte y que la había dejado acercarse, me sentía mareado. Mientras, la polícía o lo que parecía serlo lo sitiaba todo. La gente seguía en la orilla que quedaba de banqueta y veían fluir los ríos de algo que semejaba chapopote, las sensaciones eran de aprehensión y de labios secos y descarnados, como si una lengua árida y gigante estuviera intentando lamerlo todo, todo el tiempo, como en aquel sueño, la única pesadilla que recuerdo de mi infancia que se suscitaba cuando me subía la temperatura o alguna infección por atragantarme me tiraba a la cama. Una voz bizbiceante me decía insistentemente mientras me movía la cabecera de la cama, despierta, despierta, despierta. Pensé en mi hermano menor que no ha vuelto al cuarto donde dormía porque lo jalaron una noche y se muestra espantado; pensé en el día que yo también sentí cómo me jalaban y me querían abajo de la cama; pensé en que quizá la noche de hoy era una noche para eso, para los aparecidos. Se escuchaban más explosiones, se escuchaba la noche, los perros, el freno con motor de los camiones en la carretera; mi taquicardia, mis asociaciones y mi baile con la muerte. Respondí, aquí no hay nada, aquí no hay nada y se comenzó a esfumar la sensación de vértigo que me había invadido dese hacía dos horas y de la que me fue imposible liberarme.
Recorrí mi día, inmóvil todavía. Sudaba tanto. La vista fija en el techo. Pensé en Paola y en esas dos ocasiones en las que charlamos. Me contaba que ella solía ver sombras y escuchar voces y percibir cosas que la hacían parecer una loca, yo la veía y me parecía más bien ensimismada, atribuía las voces a lo que la atribulaba. Recordé también que la había encontrado hoy y que habíamos hablado de lo que ella llamó algo profundo. Recordé que mi madre y mis tías suelen soñar desmadres de estos y despiertan angustiadas por algo que se anuncia. Recordé que me puse insolente casi para terminar la noche y me sentí en algún filme de los cazafantasmas en el que le brillan los ojos a uno y recibe al diablo, o demonios, o una bilis negra. Supuse que hasta mi posición en la cama había hecho el vocativo para que yo bailara con la Marrana Blanca vestida de vieja leprosa. Conservaba el brazo izquierdo arriba y el otro en mi vientre, los pies en posición de vals. Eran las dos treinta y dije, aquí, ¡puta madre!, ¡aquí no hay nada! y ostenté postura insolente. Pero mi cuerpo decía otra cosa, pero mi cuerpo respondía a los impulsos que los transitaban, pero mi cuerpo se sabía en una profundidad de ensueño y me sentía desconectado. Sólo atino a recapitular que ya casi para escuchar a los pájaros matinales se escuchaba al fondo "Viento", una canción de los Caifanes, un taxi rojo y blanco, modelo viejo dio la vuelta y reconocí la calle de la casa de mi madre. Bajó del auto una amiga de mi hermano mayor y tarareaba entrañablemente esa canción. Me invitó una copa y pude ver un lugar donde servían cerveza. Las cosas se atemperaban un poco, Alejandra, creo que se llama esa chica que encontré en la calle de la casa de mi madre, me decía algo que no alcancé a entender, pero era como canción de cuna y comencé a sentir que podía abandonarme al sueño y no sólo dedicarme a esperar el amanecer.


2 Escrúpulos y jaculatorias.:

Damiana Leyva-Loría dijo...

Qué gusto que te hayas dejado seducir por la Marrana!!
La experiencia se describe espeluznante!!

Saludos!!

LSz. dijo...

Es una delicia verse seducido, es también, espeluznante.

Abracito.

 
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