Pasar, prontuario.

Mañana despertaré e iré a la panadería. Revisaré el bufé de pan dulce pero esencialmente me interesa pagar un par de bolillos. Aquí no es un problema, todo se llama bolillo. En Puebla uno debía distinguir entre bolillo y torta. Era fácil llevarse un regaño por no hacer la aclaración. Hay dos panaderías cerca, tan cerca como la terminal de urbanos en la que me subo al primero de dos en los que debo habitar una hora y media en promedio cuando he de ir al Cole. El lunes y esta mañana he tenido suerte. He hecho una hora. He escrito a Yan para presumirle esta mañana; el lunes no le avisé a nadie. Pregunté por la salud de mi madre a mi hermano y me ha respondido que está mejor. Esa ocasión encontré a Neto y le conté mientras encendíamos el primer cigarrillo. Se lo conté con la cara iluminada a pesar de mi rostro ojeroso y mi figura hecha polvo. Había viajado en la madrugada. La corrida del bus hacia acá pasa primero a León. El recorrido es de una hora y media o dos más de lo normal. Desperté apenas al darme cuenta de que el trajín había cesado. Estábamos en León, lo distinguí porque conozco esa Terminal. He visto cómo ha ido cambiando. He esperado varias veces a una misma muchacha encantadora a lo largo de ya una década, pocas veces para mi gusto. He pasado infinidad de veces, creo, quizá, que es la que más he pisado junto con la de Guanajuato, aunque generalmente la de Guanajuato uno la salta para dejarse llevar por la ciudad e incendiar bares casi nostálgicamente, casi sin sentido, casi como primitivamente uno come; o para salir huyendo de ella, con canciones de Sabina en ambas direcciones, no sé en cuántas ocasiones lloriqueando penas pusilánimes, de la mano de la ahora ex novia o huyendo de un día de impartir clases y/o hacerla de bufón en alguna escuela en la que uno ha terminado por aprender a presentar planes de trabajo, a comer a sus horas para no temblar en medio de un aula y a valorar alguna de las posibles respuestas a la pregunta sobre la propia vocación, más que en el catecismo.
Hay terminales que uno visita como últimamente yo la de León. Antes, creo que fue San Luis la que ocupó ese lugar. También la de Querétaro cuando mi rumbo era Puebla; generalmente también por las madrugadas. La primera, en las ocasiones que fui a Monterrey o a Texas en camión aquí paró el bus. Unas medias horas en las que uno desciende y fuma un poco o simplemente deja correr los minutos.
No me gusta tanto que León sea un sitio de paso para mí. No me gusta tampoco León, pero hay un para de sugerentes recuerdos que me atornillan a ese sitio y me hacen desear bajar del autobús cada que el tránsito sugiere el lugar. Hay lugares en los que uno no quisiera sólo pasar y ver las luces a lo lejos; pasar y dejar que el recorrido no haga un alto; pasar y no envíar un mensaje cursi. Pero, también, uno siempre se entera de que hay que pasar y ya. Pasar porque es noche, muy noche y es oscuro y a uno no lo espera nadie. Pasar porque lo que habrá de preocuparle a uno es llegar en punto a su siguiente curso y beber café furiosamente para intentar despertar y sentir cómo se cimbra un poco el cuerpo con la cafeína y se aguadan las piernas con el cigarro en ayunas y se arruga el espíritu después de la sensación de viaje y la certeza de ser un verdadero anacentrista cuando ya se había arrojado al cajón del puto olvido el término.
Y así, uno simplemente pasa y aspira tan nítido como asfixiante el olor cristalino de la madrugada que se transforma invariable y fácilmente en el olor del recuerdo que uno finca en un cabello de alguien más adherido a la camiseta negra de canalla que traía uno ese día en el que se despidió tras las gafas oscuras con un cigarrillo en los labios, matizando un poco, escondiendo otro tanto, el gesto abrumadoramente risueño que dejaba la mañana subrepticia, absurda, en la que uno, paradójicamente pudo sospechar plenitud. Pasa y premedita qué hará a las cinco de la mañana del día que comenzó ascendiendo al bus en la Terminal de Irapuato. Pasa y recoge la maleta azul, el morral con ropa limpia y la mochila con libros que ni siquiera se ojearon en casa de la madre. Pasa y camina con las ahujetas sueltas y deja atrás la terminal y se enfrenta a la noche muy menguada en la que los autos y los urbanos comienzan el día aún sin que haya día. Se siente mirado por el claxon de los taxis que se ofrecen, pero el cálculo de lo que se trae en el bolsillo con lo que marcará el taxímetro hasta la casa que renta este inquilino sin centro todavía no se ajusta. Ocho monedas de a cinco pesos y algunas de a peso. No billetes. Maletas al hombro. En marcha.Unos veinte minutos más hasta que se sienta el ambiente zeta y muy carretero, y entonces sí, a rogar un poco al patrono de los taxis e implorar al chofer conduzca a velocidad constante por la carretera a Río verde, no pare tanto en los siete topes y no haga como que no sabe dónde está nuestro destino para que sobren los primeros seis sesenta del camión de la mañana siguiente.

El jardín sigue desértico. No lo he regado y no lo haré. Me da algo de pena sacrificar agua por bonita vista cuando quien habita tampoco tiene la intención de mostrar bonita panorámica. No. Aquí no hay sino discreción. La semana pinta larga y con poca comida. Al menos hay galletas y café gratis hasta el viernes que ha llegado pronto. El curso ha tardado en ponerse intenso, pero al final, dos días de revisión del trabajo medio descuidado que hemos ido haciendo pusieron algo de tensión, al menos, a mí, me ha puesto a sudar un poco y a hacerme sentir exhibido. Uno se exhibe porque es un arriesgado; pero sudo, quizá, porque no lo soy. Porque soy más bien un cobarde y un tipo que no tiene la cualidad de persistir. Que deja pasar las oportunidades de evocar y de decir y de tocar, ni siquiera por miedo o por desinterés, sino por ese tino que tiene uno para dejar pasar las oportunidades sean las que sean porque no concibe las cosas como oportunidades sino como vida y para eso, para sentir que se merece algo, ya hay una fila algo larga. Yo no, no persisto, no espero, no me formo. Yo, me voy a la chingada con esa timidez que me hace sonrojar cuando de palabras bonitas dirigidas a mí, en algún café, en alguna charla, en algún sueño se refiere y punto.




7 Escrúpulos y jaculatorias.:

José Antonio dijo...

Pasar.. eso mi estimado Luis. Y acobardarse porque uno trae ganas de todo y nada.
Saludos de fe y desesperanza.
(Otra vez la unión de los contrarios)

Alma V dijo...

Ésta, su lectora, le agradece. Olor a recuerdo, el paso por la ciudad que divide de algún modo el camino, la timidez con la que me suelta del hilo. Me encantó.
Saludos.

LSz. dijo...

Acobardarse, lo dudo, pasar, pasar y ser un cobarde, que no es lo mismo. Anda usted muy teóricamente romántico mi querido JA. Saludos profanos.

LSz. dijo...

Un abrazo tímido de quien recuerda, mi querida lectora.

José Antonio dijo...

¿pasar o dejar pasar? Quizá acobardarse no sea lo mismo que pasar... pero el que se acobarda deja pasar.
Ando sí, teóricamente, es momento quizá de pasar a la práctica.
Más saludos, mi estimado LF

LSz. dijo...

No hay práctica tal. Me haces pensar en personajes de Flaubert. Le aclaro el punto: prefiero que "sea" un cobarde y no un oportunista que se acobarda.

José Antonio dijo...

Un oportunista que se acobarda... mmm... tendré que leer a Flaubert comenzando con la famosa Bovary. O la educación sentimental?
Buena charla en el blog!

 
Free counter and web stats