El arte de la dilación

En el más reciente número de Ágora, nueva época aparece este artículo sobre Casi nunca del recientemente fallecido Daniel Sada. El autor es ya parte de la historia literaria de México. Lo incluyo personalmente entre los imprescindibles.

“Hágase la difícil” consignan las abuelas a la hora del cortejo o, al menos, la abuela de aquélla que se me pone esquiva. Seguramente, ese proverbio lo aprendimos en el camino entre Ovidio, Fernando de Rojas y el Arcipreste de Hita; entre el Ars Amandi, La Celestina y el Libro del buen amor. Textos, todos ellos, imprescindibles para instituir la educación sentimental de a poco, tras consejos y cartas, reprimendas y preceptos tanto como esa voz de las abuelas, de las madres ante la locura que propicia los suspiros hasta del más abúlico. No conozco a alguien que haya salido airoso ante “la paloma revoloteante”. A más de dos he visto recitando los versos del veracruzano Salvador Díaz Mirón a unos “Ojos verdes”, a centenares tarareando boleros mientras piensan el nombre de la amada. Puedo distinguirlos ideando la manera de dejarla  ̶ por fin ̶  mordiendo la almohada. No logro recordar a alguno que no se haya convertido en todo un badulaque por causas relacionadas con los sentimientos; a cualquiera le sale lo poeta o le brota el síndrome del que lucha por agenciarse el visto bueno de la suegra.

Yo mismo recuerdo cuando mi padre amenazaba a mi hermano con algo que podía amedrentarlo verdaderamente. Lograba que el mancebo, ese chico enamorado, fuera un modelo de obediencia para que lo dejara asistir, como cada noche  ̶ de siete a diez ̶, a la casa de la novia de aquellos años. No he olvidado esa tarde en la que mi padre designó que no podía ir a su cita habitual por haber reprobado alguna materia en secundaria. La tristeza que mostraba el quinceañero se podría comparar con “El triste” de José José. Cruel sensación estar al tanto de que los enamorados no se ven y habitan el desamparo de no encontrarse. Romeo y Julieta eran para mi hermano y para su novia el gran modelo. Seguro estaban dispuestos a beberse juntos el brebaje que los uniera para siempre. Muy probablemente tramaban las maneras para estar juntos y susurrarse el “Somos novios” de Armando Manzanero a pesar de los pesares.

            Cuántas veces no hemos visto ese talón de Aquiles del que no se redimieron ni  Adán ni Menelao, mucho menos el atontado Calixto; ese tropiezo del que tampoco salió indemne ni el Tristán afín a lo prohibido (en su caso, como en el mío, especialmente las prohibidas) ni el pacientísimo Florentino Ariza. Qué decir de “Marito” en ese modelo de digresión y drama que publicara Mario Vargas Llosa bajo el título de Las travesuras de la niña mala. En ese periplo la interfecta en cuestión se le pone más difícil que sobrevivir a las tentaciones del desierto en cuaresma. 

            Si topamos con el tema del desierto y de cómo conocer la nobleza del dolor a partir de “esa herida que duele y no se siente” ̶ diría Francisco de Quevedo ̶  estamos hablando de Casi nunca, premio Herralde de novela en el 2008, cuyo autor renueva el camino de las tragedias amorosas y la elección de la morra que cuadre para el casorio. Daniel Sada, alejado un tanto de ese estilo que lo caracterizó hasta esta ficción de tono jocoso, nos engancha con la historia de Demetrio Sordo y Renata Melgarejo. El primero, un poco envuelto en el tedio de no saber qué hacer después del trabajo, un tanto extraviado en ese desencanto de los que tienen mucho tiempo libre y se aficionan a los congales; ella, la “ojiverde”, una muchacha de “buen ver y nada paseada”, es la hija de una mujer que lleva su viudez haciéndola de Celestina. Adiestra a su cría gracias a El collar de la paloma, esa carta hispánico-sufí sobre el amor que tiene los secretos del amor verdadero. Demetrio, a su modo de ver, debe sufrir mucho antes para que valore el tesoro de ese personaje que tiene resonancias de la Beatriz de Dante porque lo guía y le enseña el camino de la vida íntima.

Los protagonistas se conocen en medio de una boda a la que la madre de Demetrio lo convida, éste queda prendado, encuentra su motivo. El deseo es el motor. El objetivo, consumar ese amor que lo aletarga. La historia es una carretera ondulante, leerla es irse por la libre, sin casetas de cobro, con calma.

El autor coahuilense muestra sus cartas más eficaces en la contención del estilo, como si de interrumpir el camino se tratara; como si de esos cortejos en los que uno se siente embelesado y a cada intento nunca se sabe ni por dónde ir ni tampoco si se debe continuar. Un aire muy cercano al de provincia en esto de “echar reja”, todavía se parece a la revaluación del amor cortés, de esperar, de aguantarse.

Me hace pensar en ese noviazgo que nunca tuve. Se me ponía difícil la muchacha y entre más esquiva, más enganchado me mostré yo. Ese amor imposible que no parecía intocable sin embargo y, sin saber muy bien cómo, yo seguía ahí, necio. Sentía que era demasiado temprano para abandonar los empeños. Distinguía alicientes en las promesas, no dejaba de ver la manera de mantener la inmovilidad de las ilusiones. Pastoréala, decía mi madre, un tanto es lo que hace Demetrio, el protagonista de Casi nunca.

En el caso de la novela funciona así. Su secreto radica en el arte de dilatar las cosas. Alimenta el deseo y engrosa las peripecias. Ordena el tema con el arte de contar y enseña la difícil virtud de la paciencia. Identifica a cada uno de nosotros con esa terquedad esdrújula, como diría Pessoa. Sí. Sada, ese fabulador a mí me recuerda a alguna “ojos de chupiro” que me trajo cacheteando las banquetas.  

Tras las instrucciones de esa tradición que sugiero es de donde abreva para dar cuenta de la concepción del cortejo. Me refiero a la medieval trotaconventos y a los consejos de Juan Ruíz para escoger a qué mujer seducir, cómo hacer para que caiga ésa que sea “en la cama loca y en la casa muy cuerda”. La obra de Sada encuentra un fondo enriquecido ya por su manera de contar en la que enseña recursos cervantinos asimilados. Divierte y enseña con un poco de socarronería que el negocio en el arte de amar no radica en el ensarte sino en el aguante, algo a tomar en cuenta en estos tiempos de prisa y vértigo, de inercia y precocidad.   

1 Escrúpulos y jaculatorias.:

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