Intimidades.
Por Luis Felipe Pérez.

No puedo evitar pensar en Enrique Vila-Matas cuando reparo en lo intimista de la escritura; entiendo entonces, que cualquier escritura habla de uno, tiene un ineludible carácter autobiográfico. Un matiz que se acentúa si pensamos en la existencia de escritos identificados como diarios, epistolarios, confesiones, apologías, biografías o autobiografías. En El mal de Montano (Anagrama, 2002) Vila-Matas apunta algunos de los elementos del diario o del recuento de la vida propia desde distintos puntos, tiempos o estados de ánimo; y cómo este ejercicio de escritura es un viaje para quien decide ponerlo en marcha: el recuento del pasado; resulta de esta práctica del sujeto, un objeto, al que llamamos obra.
El carácter íntimo de la escritura de una autobiografía se manifiesta en la pretensión de justificar los hechos, de ordenarlos, de darles coherencia en un relato. La autobiografía, para razones prácticas, se define como una vida escrita por el mismo que la vive, y siempre, como cualquier juicio, idea o adjetivo sobre uno mismo tiene un perfil de justificación y exposición. Es una nominación narcisista, el espacio idóneo para hablar de sí mismo; este espacio es un lugar íntimo en el que el sujeto, a solicitud vital, alberga libertad y deseo, calma y hecatombe, trasgresión y rebeldía; en pocas palabras, la multitud de estados de ánimo que un individuo es capaz de sentir y los más íntimos secretos que puede presumir de sí mismo cualquiera. En el espacio privado asistimos al olvido del exterior, a la liberación de cualquier incomodidad, es el camino a la calma y a la exaltación del sujeto.
La escritura se identifica con la introspección, con lo privado; siempre va ligada al secreto. Lo subterráneo tiene un carácter de desecho o de cloaca, de vergüenza y de intimidad; lo muy propio, lo que nadie sabe, lo que sucede cuando nadie nos ve, es la obra, la escritura es soledad.
La obra según Maurice Blanchot es la que hace corpórea la intimidad de quien la escribe, el espacio que violentamente despliega la mutua refutación del poder de decir y del poder escuchar. Esta disposición de escuchar y esta propensión a decir encuentra fines terapéuticos en la escritura; una especie de parte médico que resulta de auscultar cada parte de la vida propia desde el ahora. Esta revisión busca situar en qué parte de la catástrofe se está y quizá con ansias renovadoras, descubrir hacia dónde se dirige.
El resultado del proceso mencionado re-semantiza la noción de obra; de un carácter sustantivo, la obra literaria pasa hacia una forma de acción o de verbo. La obra es en este sentido, un obrar del autor con una connotación escatológica y biológica de desecho y de descanso: defecar. Se arroja lo fétido, un objeto vomitivo, y emprende el proceso de desalojo hacia la purificación. La obra se entiende entonces como construcción íntima desde una perspectiva siempre irónica y de ruptura semántica que ayuda a comprender el carácter renovador del hacer literario.
Si seguimos con la idea de la intimidad o del espacio privado desde donde se produce-deshecha lo escrito, el lugar en el que pienso para ejemplificar la noción es en el retrete y en su función terapéutica. En muchos sentidos, El Water estimula al alma lírica; es en este espacio breve, pero agudo en el que puede surgir la grandeza creadora del individuo, siempre enlazado a ciertas nociones de estreñimiento, esfuerzo, gemido y satisfacción: es el espacio propicio para dejar el polvo del camino.
Lo que queda de la obra es la salvación espiritual o el descanso. Es la posibilidad de ser otro o desentenderse de cierta carga (en varios sentidos ya explicados) que impide la aspiración de limpiarse. En este tenor, describir el tránsito literario se resume a esa estampa del hombre sentado con el gesto de tranquilidad (descanso si el esfuerzo ha sido extenuante), inmutable, directo a la contemplación; una rudimentaria imagen de desalojo y expiación. Por esto me ha llamado la atención el concepto de obra para Juan Goytisolo que queda mostrado en El sitio de los sitios (Alfaguara) con la imagen del Defecador, el profeta andariego que obra.

2 Escrúpulos y jaculatorias.:

G Velázquez dijo...

Luis Felipe Pérez:

Me llamo Georgina Velázquez , este comentario es sólo para saludarte y felicitarte por tus últimos textos, en verdad ambos me han entusiasmado mucho, qué bueno que regreses al buen camino de la publicación virtual...

un abrazo.

Alejandro Palizada dijo...

¿en dónde has encontrado que "la obra hace corpórea la intimidad de quien la escribe"? Al contrario:
"el lenguaje no es un poder, no es el poder de decir. En él no puedo nada y no hablo nunca" En pleno siglo veintiuno volver al psicologismo me parece un desacierto. Que la escritura sea soledad es una visión romántica (se la encuentro bastante a la Carajicomedia, claro que sí), tardía si se piensa en las obras en conjunto. El ser de la palabra ya no remite a ninguna intimidad, sino que anuncia un Fuera fundamental, que no tiene nada que ver con un antagonismo clásico.
Pero esto debería hablarse con unos cigarros encendidos y sentados (aunque no precisamente en un retrete). Saludos acá otra vez.

 
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