De cosas imaginarias.

Recientemente ví en un blog la intención de dirigirse a un psicoanalista imaginario; la autora hace referencia a aquella experiencia que la mayoría de niños de este fin de siglo vivimos, un amigo imaginario. Tengo sin embargo, una experiencia bastante particular al respecto.
Cuando estábamos, si mal no recuerdo, en primero de primaria, me inserté durante un tiempo en un pequeño y selecto grupo de niños. Los inteligentes del salón, lugar que, porsupuesto, y bajo muy diversas circunsancias resultó no ser el mío; cuando salíamos a la aventura del recreo, seguía como autómata a dichos ciquillos. Creo que me llamaba la atención el mundo que traían entre manos, o el juego que hacía creer que era un mundo compartido. Buscaban en todos lados, una suerte de panfilismo imaginario a dicho "amigo imaginario compartido". Recuerdo, por ejemplo, que le veían en la torre de un templo franciscano, confundiéndolo, ahora lo veo más claro, con un foco que brillaba al reflejo del sol. Luego, intentaban cazarlo entre los niños, como si el amigo aquel, se esfumara cada vez que lo encontraban entre grupos de amigos. Imitando seguía a Uriel, Francisco y alguno más que se me olvide. Aún no seguía a los descarriados, todavía no llamaba mi atención la niña guapa del salón y el fútbol lo vivía junto a mi padre y mi hermano mayor.
Aquel amigo imaginario, se llamaba, si mal no recuerdo, Relinchito, fruto de la flamante y rojiza imaginación de Francisco Zaragoza (ahora ilustre egresado del ITESM, quiero suponer. Al que me volví a encontrar en la secundaria). Este chico, de inicio un genio, y desarrollado niño; Heredero de un pelirojo cabello y una perspicacia para la escuela (nombraba con singular frivolidad, tanto a los Emperadores aztecas como a los vierreyes de la Nueva España en tercero de primaria), nombraba a su amigo imaginario hasta terminar haciéndolo el de todos. Una interesante experiencia del amigo imaginario que finalmente yo tuve en otro lado, justamente, en la cochera de mi casa.
Cuando era muy niño, como para no compartir escuela con mi hermano mayor e ir al jardín de niños, tenía más tiempo para jugar solo. Solía jugar conmigo mismo durante dos, o tres, o cuatro partidillos de fútbol. Mi equipo favorito era el Jericó, marca de una sudadera que llegó a ser para mí, "el jersey de juego favorito", Shorts pequeños y calcetillas hasta las rodillas; cabello desgarbado y casi anudado, la combinación perfecta para pasar tardes enteras metiéndome goles a mi mismo hasta decidir cuál de mis dos equipos imaginarios terminaria ganando. Así es, yo no solamente tenía un amigo imaginario, sino equipos enteros que convivían conmigo durante todas las tardes de aquellos años ochenta, cuando mi madre usaba lentes tipo Jaky Onasis y mi padre vastía las últimas modas de corbatas tipo garibaldi en madrugada; Hugo Sánchez triunfaba en España y veía los domingos muy de mañanita, no a Chabelo sino las transmisiones por Imevisión del fútbol italiano, narradas y comentadas por José Ramón Fernández y Don Fernando Marcos.

1 Escrúpulos y jaculatorias.:

tu.politóloga.favorita dijo...

Yo no recuerdo haber tenido amigos imaginarios.
gracias por visitar mi blog! Estaré leyéndote!
saludos!!

 
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