B XI

Caí súbitamente a las nueve o nueve y media. Después de cenar y de tontear un poco ordenando la ropa simplemente no supe de mí. Cuando desperté eran las cuatro. Leí Iuri Lotman. Parece que la hora del lobo dota al empecinado insomne de una claridad casi luminiscente, es la hora en la que los borrachos sacan el último resto para invitar las últimas copas, para invitar lo más caro, para animarse; es la hora en la que el taxi que transita la calle se escucha cuatro cuadras antes, es la hora en la que a veces despertaba con una llamada telefónica casi fantasmal, sino imaginaria, es la hora del lobo. Leí a Lotman y entendía como no entendí aquellos días en los que leía para confrontar a la profesora, allá en Guanajuato. Hice notas. La lectura me emiocionó.


El día de ayer fue más bien inexistente, como si las horas las ocupara yo en dejar pasar las horas. Como si hiciera todo lo posible para que llegara no sé qué día, como si esperara algo del destino o del cielo o de algún sitio, sin respuesta, evidentemente. Como si sólo las horas no contaran, como si no importara que cada día que pasa debería ser un día intenso por irrepetible. No, no estaba cansado, sólo quizá algo ansioso, sólo quizá algo triste, sólo quizá algo desconsoladamente resignado. Las cosas se ponen otoñales y sólo eso. Las cosas no resultan tan alegres y sólo eso. Las cosas le explotan a uno en la cara y sólo eso. Las cosas. La vida.


Leí en Hilo de sangre acerca de una caída. Leí que además de caerse quien suscribe la bitácora ésa había un tipo que reventaba a carcajadas por la caída. Recordé dos caídas más. La caída de Abril, en la huasteca mientras intentaba una bombita en la laguna que visitábamos. La foto existe y la foto ha hecho que en estos días casi lúgubres para mí suelte una carcajada y no me contenga y eche el café por la boca mientras suelto una carcajada casi agresiva y de merolico frente al monitor. También recuerdo a ese tipo que en la calle no pudo dejar de reírse de su novia. Recuerdo que iban sobre la banqueta y charlaban desinteresados del camino. Un medidor se le atravesó a la morra y se dio un buen chingadazo. El novio no podía creerlo y se doblaba de risa. La novia, en lugar del dolor lo que lamentaba y repudiaba era la actitud del novio. Pero era inevitable tierarse al suelo a reír sin parar hasta orinarse en los pantalones. Las caídas ajenas, también las propias, cuando pasa el tiempo y logra uno verle el lado amable, siempre tienden a tener algo de cómico.

He leído esta tarde Estatua con Palomas un rato: "le puedo asegurar que la sensación predominante, y mire que es una sensación todavía fresca, era de inquietud" 40.


"el desasosiego como estado de ánimo imperante, ésa era la única certidumbre" 39.




3 Escrúpulos y jaculatorias.:

Yan dijo...

Qué bonito que te provocara que sacaras el café :)
Hasta me suena a halago.

LSz. dijo...

Je. Me reí tanto!

José Antonio dijo...

Es bueno, creo que ya lo he dicho, saber de tus enormes carcajadas.

 
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