(Recordando a Germán Dehesa)



Mi madre llamó esta mañana. Di cuenta de ello minutos después. Le regresé la llamada. Hablamos. Lo primero que me dijo es que Dehesa ha muerto ayer a las seis. Leo algún artículo donde se despide. Quizá sea que mi estado de ánimo está proclive, sin embargo, por lo que tengo en el corazón desde hace décadas Dehesa ha estado presente como para que me conmueva. Ya lo habíamos visto vestir la camiseta de hospitalizado antes. Lo veíamos muy madreado en el programa de José Ramón, pero era un privilegio y una celebración cada vez que el escritor aparecía.
Pero volvamos al pasado en el que Dehesa, por alguna razón, se relaciona conmigo, que es de lo que yo puedo hablar.
Era la preparatoria. No pesaba los ochenta kilos que la báscula marca ahora, pero creo que ya anunciaba yo ese espíritu indolente o hiperestesiado por la vida. Ya anunciaba yo las necesarias ganas de enterarme del mundo. Era un internado y la única manera de enterarme de legislaciones vitales que no correspondieran a los Macabeos, a la edad media o los dogmas de las bulas papales radicaba en la lectura voraz de los periódicos del día y de la ciudad. La oficina del rector era la hemeroteca en un principio, había dos periódicos disponibles. Reforma y El Sol. El sol, siempre lo leí en Irapuato, lo leía por los deportes. En El Sol, al menos en el de Irapuato, siempre había muchas noticias del equipo de la ciudad. En León entonces, que era donde estudiaba y comía y aprendía a tocar guitarra y vivía, es que terminé por leer El Reforma. Primero, como ya se anuncia porque el equipo local no era el Irapuato sino el León y siempre me cayó bastante mal. La segunda causa es casi precoz, pero real.
Solíamos pasar al despacho donde trabajó mi madre más de tres sexenios, el mismo sitio, el mismo horario, las muchas ansias por volver a casa siempre, ya fuera después de la escuela, ya fuera por las tardes cuando uno volvía del fútbol, ya fuera cuando la primaria era la razón que me llevó a pasar por allí; o cuando volvía, en viernes de familia que en el internado nos soltaban como toros en lidia, ya fuera el fin de semana que me veía en Irapuato cuando se trataba de volver a casa después de las semanas de estudio y de caminatas furtivas en Guanajuato, ya fuera cada tarde después de las clases que impartía en los colegios locales que quedaban por el rumbo los últimos dos años de mi estadía en Irapuato. El despacho siempre ha sido el centro y puedo notar aquí el origen de mi afición por algunas cosas, entre ellas, el café y el periódico. En esas esperas en el centro, en el despacho, lo que hacíamos desde muy morros era leer el periódico, más por procuración y por ganas de perder el tiempo que por cualquier otro motivo.
Mi hermano mayor siempre robó el de deportes. Mi hermana solía criticar la sección de sociales; mi hermano menor acostumbraba leer a Pérez Chowell, un periodista local, a Armando Aguirre Díaz y a Flavio, pero también a Dehesa. Aunque esa tradición era la mía. Y Catón y Dehesa eran los articulistas que siempre leí, me resbalaba a la sección de las Niñas bien de vez en cuando, o casi siempre. Los leí desde la secundaria que se ve lejana cuando lo pienso, los leí sin falta cada día del internado y seguí sus bodas y sus conflictos con los plomeros. Seguí a Catón y a Dehesa. A Catón lo llegué a ver dos o tres ocasiones en diversas presentaciones. Recuerdo alguna a la que fuimos F y yo y en la que reventamos de risa, era el Cervantino dedicado a Tamaulipas y presentaban un libro. De esa vez tengo en la memoria uno de los dos únicos chistes que podría contar, fusilándomelos sin gracia. Catón era genial contándolos impasible.
Tanto como Dehesa a quien leí, como he dicho, y con quien tuve una relación más bien efímera de impetuoso estudiante. Lo único que conocía yo del mundo cuando llegué a la facultad de Filosofía era El Reforma. Yo no sabía que existía la Jornada, por ejemplo, apenas si sabía que había revistas como Letras Libres porque un profe nos la mostró alguna vez y nos emocionamos como nos emocionábamos con todo lo que significara mundo. Apenas si sabía que había literatura mexicana de gente que todavía viviera. Lo que yo conocía era modernismo y contemporáneos. Recitaba a Pellicer y a Novo, a Gorostiza, pero un escritor mexicano no conocía, no vivo. Lo más cercano a eso era Dehesa.
Recuerdo su aparición e Cilantro y perejil y sonrío. Recuerdo que me robé dos libros de él de una biblioteca en el D. F. Recuerdo que me he quedado con un libro que Alma me prestó, también de él.
Mi articulista preferido solía ser reflexivo y mordaz, como todo saben. El temperamento de sus textos desenfadados pero certeros es inolvidable. Su cotidianidad y su mediatización no impiden que uno encuentre en esa sorna profundidad y entretenimiento. Qué difícil resulta dar con la razón que provoca que uno lea y siga la vida de un tipo socarrón como éste, como Dehesa, el azulyoro.
Pero recuerdo que organizábamos algo en la Facultad y decidí que Dehesa era una buena opción. Le escribí un e mail sentido y respondió a vuelta de correo; seguro quien escribió el mensaje fue su secretaria pero da igual. Le comentaba yo que teníamos un proyecto, que sería maravilloso que viniera a dar una charla a Guanajuato y, también, le aclaraba, que no había lana para pagarle. Sólo viáticos. Sin enterarse muy bien quién le escribía respondió. Respondió que sí. Y que sin dinero, que no había problema, que podía ir a Guanajuato.
Me emocioné. Casi brincaba de gusto en el salón de cómputo de la escuela. No muchos conocían quién era Dehesa. Parecía que allí, en la facultad, no leían los periódicos que yo había leído desde hacía años, todavía cuando estaba en la facultad, y que pasaba todas las tardes en la Biblioteca central, en la calle del Truco. Lo seguía. Baboseaba un poco antes de estudiar y hacer notas y leer mis tareas; me apoltronaba en la hemeroteca y le daba un repaso a los periódicos que estaba particularmente acomodados siempre en ese lugar.

Respondió y le conté a dos compañeros, uno mayor que nosotros en aquel entonces. Presumió alguna vez, quizá sólo por quedar bien, que Guadalupe Loaeza le gustaba, que le parecía una gran escritora. Esa ocasión se echó un poco para atrás y me indicó que quizá traer a Dehesa no era lo más adecuado para una escuela como la nuestra. No sé por qué desistí aquella ocasión, supongo que me faltaba un poco de arrojo del que conseguí con los años y con la desfachatez que después me caracterizaría. Supongo que me faltó valor y fui pusilánime como en muchas ocasiones en la vida ésta que arrastro. Supongo muchas cosas. Guardo ese mensaje como una suerte de tesoro. Pero me sonrío socarronamente conmovido cuando leo que Dehesa anuncia que no se da de baja, que sólo es la hora de ir al hospital, pero que luego volverá para vestirse de azul y oro. Buen viaje. Y sí, que toque siempre en memoria de Germán Dehesa, el autor de la música de los años.

4 Escrúpulos y jaculatorias.:

José Antonio dijo...

Parece que, como siempre, las circunstancias nos llaman.
L se entera que ha muerto alguien que de alguna manera lo ha marcado. J, igualmente, se entera por los diarios locales que otra figura, para él importante, también decidió colgar los hábitos.

Saludos.

LSz. dijo...

No sólo fue para L, Dehesa era seguido por muchos.

Anónimo dijo...

Saludos, mi querido L, "¿cómo durmió?..." grato saber tus recuerdos sobre Dehesa. Ya te conté un día lo que fue para mí y justo hoy, mi cumple, recibí este regalo. Y como dijera el charro negro, "hoy toca..." Saludos. AR.

LSz. dijo...

Que toque todos los días en honor a Dehesa. QUe toque hoy, con gran abrazo de pormedio también, por tu cumpleaños.

L

 
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