Ideario potosino IV

Ayer quebré una de las dos tazas que tengo para el café aquí. La quebré al ir por un cenicero. Me moví del escritorio y, como tenía la taza en éste, lo golpeé al ponerme de pie y se escuchó el crash en el suelo y el café explotó y se derramó tan café como puede estarlo, frío. A los documentos sólo les han caído gotas salpiconas. Pero me he quedado sin taza.

Hoy utilizo la segunda taza. Ésta me la ha regalado Liz, mi casera, cuando llegué a San Luis. Me donó la taza y unos cubiertos y unos platos y una sonrisa. También dotó la casa de cama y refrigerador y licuadora; un bote, cloro y líquido para trapear. Lo demás, como dijera Jessica cuando vio mi desplobada forma de habitar esta casita de Infonavit, es como si un estudiante viviera aquí, quizá sin tanta basura y descuido, pero sí, tiene razón. La entrada de la calle tiene como único mueble el refrigerador al medio del cuarto largo que haría las funciones de sala. Allí se pasean un sapo y unos hongos gigantes de yeso. También mucho polvo de la calle que intento mantener a raya entre la puerta de la calle y la escoba, pero no siempre se logra lo que se intenta, lo sabemos. En la cocina, cada vez hay más cosas, pero uno es una animal y resuelve las cosas casi bárbaramente, simplemente la necesidad es la que hace que surjan las cosas en un lugar que se pretende civilizar. Ahora hay un horno de micro ondas, una licuadora, una sartén eléctrica en la que cocino y algunos aditamentos para preparar alimentos, también es precaria la cantidad de estos, no sería necesario aclararlo.

En Puebla era mucho más fácil comer donde fuera. Además Damiana ayudó mucho en eso. Pero acá he ido haciendo de esto una casa a la que se quiere llegar más allá de ir a comer. He repartido las cosas con cierto hábito. En un cuarto los libros, los sillones y los elementos para practicar la estancia de estudiante. La primera inversión que hice acá fue en un Soriana. Me compré una silla de oficina porque ya no aguantaba el coxis con el sillón que usaba para estudiar y hacer notas. La compra me llevó a la dieta del atún, pero mi espalda, mi culo quejumbroso, lo agradecieron.

Cobré conciencia de lo poco hospitalario que es para algún visitante mi estado cuando estuvo Jess acá. Comimos de pie, nos sentamos en los mismos sitios porque no había más, etc. La profunda soledad que implica mi estadio me decantan en un camino de una sola plaza. Seguro tendrían razón todas las mujeres que me lo han dicho: vivo como quiero. Pero eso implica que no participo de eso que culturalmente sonaría como edificar algo con alguien. No, uno es un animal y funda su espacio a partir de la salvaje necesidad de lo que se vive al día.

Mi dieta es carne o atún y verduras. Cereal por las mañanas y café. En las noches me da por el whisky, no como Gatsby sino como el Sabina pero con el sexo sin boda ausente. No merodeo ya los estantes de curiosidades. Salvo alguna ocasión me he hecho de aceitunas y de pimientos, pero las he sumado a las verduras de la comida. Sólo me cuido de que no falte el café y la miel de abeja para las resacas ocasionales. Lo demás, creo todavía no lo tengo en una lista de amo de casa. Calculo con la calculadora en la mano la cuenta y llevo un presupuesto apretado siempre.

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Reviso el Elogio de la calle. Desde que vi el anuncio del trabajo en un librito de la UNAM me pareció un buen título. La información que Quirarte subrayaba allí no alentaba tanto. Es un paseo largo, pero desde aquella ocasión me daba la impresión de que no sería del todo de mi agrado. No está mal, pero me despierta ciertas reservas. Lo leo y hago acopio de las informaciones, pero no llega a cautivarme.

He revisado un borrador del Beso de la Quimera. Éste sí que es un librito emocionante.

Releo las Polémicas del modernismo. La recopilación y rescate de doña Belem Clarc es una joya. Ha hecho un trabajo que yo, al proponer la tesis que he propuesto, hubiera tenido que hacer. Se agradece y se le con voracidad. Se reconoce otro tiempo y se emociona uno con la creencia en otra cosa, en la literatura.



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He despertado súbitamente a las tres y media de la madrugada, minutos más minutos menos, casi en punto. Me ha sucedido ya, tres días seguidos. Me he preguntado si alguien se despierta soñando conmigo a esa hora, o si me está invocando y, como en aquel Ojos de perro azul de García Márquez, nos deberíamos encontrar en los sueños de ambos. Me he ensoñado imaginando que quien me llamara como en esa novelita que suena más a Kenzaburo Óe que al colombiano sea quien he llegado a pensar. Pero eso, eso es parte de esa duermevela que me instiga a mirar de reojo el reloj y medio entender que debo seguir durmiendo y no indagar más. La madrugada no se hizo para andar enviando botellas al mar. Lo logro. Me tiro unas horas más de sueño. Pero despierto con la sensación rara de haber sido avisado, como Isabel, la prima de María, de algo.

Llegué apenas antier a San Luis. Estuve en Irapuato, de nuevo. No logro despegarme en cuanto debo. Se alargan los días y se viene el sol del medio día y se acaba el día y ya no hay noche para viajar y termino echándome otro día más allá. Me he sentido algo incómodo. Una sensación de sala de espera me invadió. Me llegué a descubrir ansioso. Sospecho que tiene algunas aristas esta fragilidad en la que me vi envuelto y a la que atribuía eso de despertara deshoras sin motivo y centelleantemente. Uno quizá tendría nombre de mujer, pero ése vale madre porque no debe interesarme. Los otros rayan más bien en circunstancias. Saber a la madre enferma lo pone a uno tieso y tenso. Era factible que despertara yo para comprobar la mejora de la enferma. Lo terminé pasando en casa de mi madre como amo de casa. Despertaba a pasear a la perra unas cuadras hasta que rogara volver a casa, lavaba los trastes acumulados y en alguna ocasión puse cargas de ropa en la lavadora; esa es una de las grandes diferencias entre mi vida normal y las jornadas en las que visito la casa de mi madre: la lavadora. Lo otro tenía que ver con el asunto que me tiene en San Luis y que muestra el plazo enfilándose a una recta final. No me urge ni me siento tan presionado. No presumiré aquí lo que sufre un tesista ni andaré con alardes de lo mucho que cuesta escribir una tesis. Sabemos que soy inoperante para eso de las presiones y las competencias y la perfección. Pero valoro la profundidad con la que me he empeñado acá, en la casa ésta en la que hago mi estancia conventual. Confieso que ahora mismo se me emelota el crucigrama pero lo pienso y digo sin reservas que a todos nos terminan gustando los rompecabezas. En eso ando.

He transitado el camino a San Luis ya varias veces. Lo disfruto aún pero resulta pesado. No tanto el tránsito o las horas que se lleve uno en ello sino el exceso de movimiento. Ayer caía el sol, lo sentía a la zaga, creo que quería llegar acá. Creo que echaba en falta un poco lo sedentario del estudio y estaba preocupado por regar el jardín y necesitaba, creo, alejarme de aquella sala de espera para meterme en este vagón de tren decimonónico en el que convivo con Justo Sierra, Payno o Gutiérrez Nájera y me olvido, ante la inmersión pretérita, de lo que no pasa en el presente.

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3 Escrúpulos y jaculatorias.:

José Antonio dijo...

Al leerte dan ganas, en verdad, de hacer la misma aventura.

Abrazos!

LSz. dijo...

Lo haces parecer como una invitación al viaje. Jo.

Abrazo, LF

José Antonio dijo...

Lo es. Lo es.

 
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