"Popi"

Desperté. Cumplía una semana aquí. Desperté con una gata llamada "Popi" entre las piernas. Le da por combinar camas, sillones o mantas y recorrerlas durante el día y la noche. Desperté y era domingo. Me había derrumbado en el colchón con sábanas amarillas desde las ocho de la noche del día anterior. Estaba agotado. Quizá era la desvelada y las chelas que me había zumbado en una reunión más bien con olor a fracaso a la que había asistido la noche del viernes en la que convocaban a la banda escandalosa que estará en la Fundación este año. Quizá eran también los días, las semanas y el par de meses que traigo arrastrando que me ovillaban como animal herido. Estaba agotado y era domingo. Arrastraba unas semanas de alimentarme variadamente y muchas veces mal. Arrastraba varios viajes, algunas caminatas y algo de tensión por los acomodos a los que me había sometido desde el año pasado. "Popi" ronroneaba exigiendo comida. Desperté y distinguí el ventanal amplio que anuncia todos los días el cielo de esta ciudad casi arenosa, muy ruidosa, que no duerme, delante del departamento, tras el quinto piso que habito desde hace días. Yo aspiraba un poco un aire, todavía frenético, de habitante de otros sitios, pero ya más calmo, pero ya pensando más en encontrar un ritmo de trabajo que me diera cierta paz en el que ya no hubiera tanto movimiento y tanto tiempo perdido en trajines. Había pasado la semana de presentaciones y de elección de temas y sugerencias de cursos en la Fundación. Había empezado, creí esperanzado, el tiempo en el que había cierto orden.

Amaneció pardo y, yo, en calzones negros, me paseaba con un libro abierto, casi cursi. Lo hice así hasta que me dio hambre. Café y una empanada que había colectado una tade atrás mientras llegaba la hora de comer. Había vuelto por fin a cocinar para mí. Se terminaban, con esta tarde de sábado, mis días en Mérida donde se come como los dioses pero que, seguro, el estómago de un héroe dramático no aguantaría una vida; se habían acabado las tardes de cerveza y hamaca, se habían acabado también las tardes de viaje rumbo a Ciudad, Hidalgo, Zitácuaro o Ziguatlán comiendo en el camino. Se habían terminado también los días de comida en casa de la madre. Habían comenzado las tardes de extrañar los frijoles refritos y las charlas en la mesa redonda e iluminada por la luz en la ventana que enseña el patio de la casa de Irapuato. Ahora atendía el ritual de preparar las verduras lentamente y sumarlas amorosamente a una carne cocinada con especias. Ahora tenía ante mí una sopa y un guisado, y recordaba los tiempos de calma y acomodo en los que me desenvolví casi solitariamente ese año y medio en Puebla en el que cocinaba en un bol mientras, los libros, en el cuarto de pensión que habité un tiempo, me esperaban. Recordaba también los meses en la casa de interés social que caminé los meses en San Luis. Me daba cuenta que otra vez era la hora de estar solo y sobre todo lejos.

Calabazas y pimientos rojos, carne de pavo y cebolla acitronada; pimienta, hierbas provenzales y un poco de aceite de oliva; una pasta con laurel y sal. Eso era mi tarde de lectura. Leía la autobiografía de García Márquez y me conmovía por su manera de contar el amor de sus padres, las historias de la abuela y las docenas de aventuras que dice vivió para ser lo que es. Devoré cientos de páginas en torno a esa biblioteca que ocupa metros y metros en el departamento en el que vivo. Me tiraba en el sofá cama, me revolvía en la cama, me apoltronaba en la mesa del comedor. Pasaba un fin de semana calmo, casi sin salir a la calle. Esta ciudad encierra. Uno sale porque debe salir. Yo soy un poco así. No abandono la casa o, en este caso, el departamento tan fácilmente. No lo hago y no me pesa saber que el mundo gira, que ruidosamente hay por todos lados opciones para pasar cada día. Partidos de fútbol en el sur, teatro cerca de aquí, presentaciones o tertulias en otros lados de aquí. Esta ciudad encierra por la lluvia, por las horas pico, por el miedo a los asaltos. Esta ciudad encierra pero no es nuevo para mí. Ya en puebla, ya en San Luis, ya en Guanajuato y ya en Irapuato, la vida era así. El chico sin horarios cumple rutinariamente sus horas de trabajo, sus horas de desparpajo, sus tiempo para echar de menos lo que se echa de menos. El tiempo pasa rápidamente aquí y en todos los sitios que recuerdo he pasado tiempo.

A la vuelta de San Luis, me acomodé en casa de mi madre. Creo que no pensaba irme, fui arrumbando los deseos ponzoñosos del trashumante y pensaba en lo gozoso que resulta salir por la mañana y pasear al perro, darle de comer y, en una de esas, dedicar un rato a mimarlo, a bañarlo, a tallarle las orejas. Me esperanzaba, es verdad, a quedarme ahí. Aunque, pronto, y con algunos sucesos, me encontré con pocos motivos para quedarme, para haber vuelto. No sabía, no me entero casi nunca, que había algo en ciernes que no sabía muy bien que llegaría. Y llegó. Pero me contagiaba del ritmo de mi madre o de mis hermanos y despertaba con el aroma a café por las mañanas, me despetaba con las voces de viejos cantantes en estaciones pasadas de moda que emitía una grabadora anacrónica que enciende mi hermano menor cuando se baña todas las mañanas. Me levantaba súbito -hubiera colectado descanso y sueño o no, estuviera crudo en martes o agotado por los partidos de fútbol casi diarios- y bajaba a la cocina. Bebía un par de tazas de café, la hacía de valet parking de mis hermanos, acomodaba autos. Bebía café y charlaba con mi madre o veía noticieros en la tele. Comentábamos noticias. Charlábamos.

No eché de menos casi nada de San Luis. Quizá el epsacio propio, quizá un par de noches, o más, aunque de esas noches lo único que recuerdo fue que no sucedieron en San Luis, quizá fue en mi imaginación, quizá fueron sueños lívidos que imaginé, quizá sea cierto o no, pero no echaba de menos acostarme en el lado izquierdo de la cama o cocinarme en un sartén eléctrico o charlar virtualmente; quizá no me constituía un ápice de nostalgia la estadía allá. Quizá sólo echo de menos las charlas con Juan, en su casa o en el colegio sobre el futuro, ese futuro que me parecía más o menos claro y que me enclavaba cerca de la casa de mi madre, cerca de varias cosas que ahora no significaban mucho. Allá no veía a nadie propiamente y me la pasé más bien volteando hacia Irapuato. Creo que no estuve nunca en San Luis. Habité un espacio que no tenía geografía. Me hospedé en el sitio para ponerme melancólico a veces, algunas nostálgico y otras borracho. Pero no, San Luis no es un punto que al menos pudiera amagarme con aires de nostalgia. No.

Irapuato posiblemente sí. Sesenta y seis kilómetros hacia el norponiente quizá. Pero San Luis, no. Por eso me regresé, por eso argüí que no tenía nada qué hacer allí ya. Dije que lo que tenía pendiente lo podía realizar desde casa o desde China o desde beirut y así lo hice. Cumplía con mis tareas académicas encerrado en ese escritorio estrecho, frente a esa lap top, rodeado de familia.

Y luego esto: calabazas, pimientos y pavo; espaguetti y un poco de café; libros de seisientas páginas y una ciudad que no duerme, que le muestra a uno la inmensidad ante la que uno es tan pequeño como solo. Charlas con el gringo que vive en el otro cuarto del departamento, charlas sobre su familia o sus novelas favoritas, sobre su miedo a los asaltos -recién lo apañaron junto con su novia- y las cosas que uno puede charlar con un compañero de departamento. Casi nada. Y ahí, en el fondo de los días de chico aspirante a futuro, sí, por qué no decirlo, pienso un poco en ti.

6 Escrúpulos y jaculatorias.:

Lovely dijo...

Auch

LSz. dijo...

Había respondido a este ¡Auch! con un no es para tanto. No duele, solo se acomoda uno.

carmen jiménez dijo...

Irapuato, Hidalgo, Zitácuaro o Ziguatlán (tengo que dar a copiar y pegar porque me cuesta retener los vocablos mexicanos) Puebla, Ganajuato, San Luis (estos los escribo de memoria)Irapuato, otra vez. Como un círculo que se cierra para abrir, quién sabe si otro círculo concéntrico. Lo que sé es que deberías dedicarte a escribir tus propias novelas ya sea en Irapuato o en cualquier otro lugar donde pueda acomodarse tu espíritu literario. Merece un lugar feliz. Me gustó este capítulo.
Saludos.

carmen jiménez dijo...

¿Por qué lo de "Popi"? No todos los días se tiene la posibilidad de interactuar con el escritor.
Saludos hasta ¿Puebla?

LSz. dijo...

Desde hace un mes habito un lugar en el distrito Federal, en México city. Ahora sí, Carmen, este año será para eso, para acomodar este espíritu y escribir una carta de amor hecha novela.

Popi es una gata que, ahora mismo, tengo en el regazo. Casi logro que me quiera un poco.

Un gran abrazo.

carmen jiménez dijo...

Mi gata también tiene la "o" y la "i" en su nombre de cuatro letras, pero casi nunca la tengo en mi regazo. No sé, quizá nunca deseé tener un gato, una gata, y durante mucho tiempo fue una extraña. Ahora, con el tiempo, como casi todo, la echaré de menos si le pasa algo.
Pero, lo que me alegra es saber que tu vocación de escritor se materializará.
Un abrazo.

 
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