Miércoles


Quedé con Isaura. Llegué tarde.
Una metáfora. Estiro los espacios.
Unos coyotes que escupen agua en lugar de aullidos. Esconden, desde mi perspectiva, a una pareja: un par de jeans apretados hasta los tobillos, dos pares de botas claras, dos copetes espumosos, lentes de pasta y pulseras acariciando el rostro ajeno, como apropiándoselo. Brazos largos, besos de labios efebos.
Busco a la escritora.
Bicicleta rosa: un par de columnas dobladas casi en escuadra dan la apariencia de ruecas en funcionamiento. Los labios rojos de la dueña de ese cuello de cisne ostenta las más limpias fresas de Irapuato almibaradas en sus labios. Apuesto a que huele a vainilla.
La escritora es del Varal, un rancho que no conozco.
Está cerca de Abasolo, es lo único que sé. De allá conozco poco.
Conocí, en todo caso, las calles del lugar ése un domingo de no recuerdo ya qué tiempos mientras Alfredo, un buen amigo que me envió una carta con ofensivas faltas ortográficas y revistas pornográficas al seminario (para que no me fuera a hacer puto entre tanto cabrón, decía), buscaba la manera de desnudar a una muchacha que se llama Tere.
Me acuerdo que me impactó su cabello, era abundante. También, no sé por qué, lo recuerdo como algo erótico. Le gustaba usar falda. Ella, seguro, sabe por qué. Le brillaban las piernas azogadoramente, se distinguían unos chamorros de jugadora de voly bol. Es psicóloga, creo. También me quedé pasmado: fornicaban en el asiento trasero de un cavalier 94. Yo conducía y supongo puse tanta atención que metía velocidades sabiendo que escondía una precoz erección mientras pisaba el acelerador.
No conozco La Caldera de Abasolo, un balneario al que todos mis conocidos han ido alguna vez. Yo nunca pude. Nunca se me antojó. Me imaginé persiguiendo a una muchacha. No pagué nunca la entrada para esa fantasía.
Pero conozco a la escritora. La descubro encaramada, buscándole los claros a la apaciguada noche inminente para poder leer algo de Castañón. Ha abierto un libro mientras me espera. La noto delgada, pero guapa. Estoy retrasado, le dije, también rematé con un "ya ni la chingo" que me salió del alma.
Las distancias exigen más. Hay que considerar los traviesos momentos de tardanza. Hay que pensar en las horas pico o en las estaciones del metro arranadas por una mala tarde, por una lluvia intensa, por algún cristiano colaborador de los escándalos.
Meses sin verla. Sólo un acuse de recibo de unos correos. Nada más. A veces pregunté a una conocida en común por ella. La intermediaria decía que estaba bien, pero que tampoco se frecuentaban. Yo enviaba saludos como para no dejar, por si acaso. Le decía en el metro, rumbo a Barrranca, la modificación innminente de las costumbres lo hace a uno reaccionar, quererse despedir o desear quedarse. Me ha regalado su segunda novela.
Somos histéricos. Mientras no sucede nada que cobije la transformación de los circuitos cotidianos, lo podemos pasar sordamente, empujados por una inercia que exige hábitos. Para ver a la gente, decía Isaura, hace falta tiempo y siempre me queda la impresión de que no lo hay. Yo sospecho que lo que se ausenta es un poco de espíritu para ello. No siempre se considera como la última oportunidad de ver a alguien un martes por la noche. Frecuentemente se prefiere la vida invisible. Al menos yo sí.
Le veía el costado a una mujer de labios gruesos y tetas grandes que se sentó en la mesa contigua. Apresuré un monólogo en medio de dos cervezas y una chapata de jamón de pechuga de pavo. No me supo a nada. Hablé como merolico. Conocí el lugar. Yan me había llevado ahí una tarde de cineteca hace tiempo. Ese día luché sin éxito por no dormirme con una película surrealista. Yan, creo, también. Puedo recordar que sentí el vaho de su respiración en mi cuello.
Mentí cuando dije que no demoré en la crónica del día que no conocía a Chavela Vargas. Al releerlo hay un juego de escritura que no es automático. La tersura de las imágenes exige tiempo. Eso es el trabajo. El oficio de mantener tensas las manos inminentes a teclear. Asir la precisión de las estampas, quitarle la algarabía y el vapor, las emociones y los entusiasmos que sólo arroban pero no dicen. Mentí o encubrí. Expliqué mejor dicho. Porque es cierto que es un texto sosegado, de brochazos. La prosa sí se nota cuidada. Eludo las repeticiones y las prácticas poco estetas que suelo acusar, las frases alargadas, los apelotonamientos.
Soñé que le tomaba fotos a la luna de antenoche con mi celular. Mientras, pensaba que era realmente idiota hacer eso. Me desesperaba a mí mismo estar haciéndolo. Creo que era un reflejo de lo encabronado que me siento con mi masoquismo.
Isaura comentó algo. Entrábamos al vagón de metro despoblado. Yo había reculado en unos chichifos del final de la línea. Jeans apretados, copetes largos, pieles brillantes, listas. Juan dijo que eras el escritor que quiso ser futbolista, o el futbolista que quiere ser escritor, o algo así. Sonreí. Desee saber más. Hubiera querido perder la vergüenza y alimentarme con lo que piensan los otros. Quise preguntar más, me detuve. Desearía que la escritora también me dijera qué piensa de mí.
Yo pude decirle que cuando escribo "escritora" lo hago por un intertexto de nuestra charla. Esas cosas no se dicen. Se saben, espetaba yo, junto con unas migas del bocado que mordía mientras charlaba. No sé si es la manera de volverse escritor. Pero no es la que escojo yo. No logro imaginar libros enteros, con índices, no mantengo una idea clara de que lo que escribo forma parte de algo. Acaso forma parte de algo que, como diría Wilde a Bossie, no es que se escriba para alguien, sino para que ya no ocupe más un lugar que no le corresponde.
Tirar, tira, tirar, como Alfredo se tiraba a esa morena que ahora debe tener como cuarenta años. Imagino que algunos hijos, pero que en mi mente, en mis entrañas, muestra una tanga movida y gime como se exige que lo haga cualquier recuerdo. La veo a través del retrovisor con mi pícara impertinencia de los trece años.
Salgo de metro insurgentes y me dirijo a Río de Janeiro. Entiendo que es el día. Pero me siento en ruinas. Sólo quiero echarme en una cama con colchón duro. Entregarme. 

0 Escrúpulos y jaculatorias.:

 
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