Cenamos en el Non Solo, Ricardo, mi hermano mayor, y yo. Hizo el viaje después del domingo de guardia. Llegó pasadas las doce del día y alcanzó a comer algo mientras JP, mi lector y maestro, y yo, charlábamos de las mil cosas que habíamos ido atrayendo en la mañana, en la tarde, la noche anterior que lo pasamos haciéndolo ahí, en un cafetín, fuera de su hotel, fuera del mío. Sospecho que el examen fue parecido a ir a un desfile militar en donde uno pasa lista, saluda y se va. Pero ese rato entre que sucedía el examen y mi arribo a Puebla, con JP ha sido estimulante. He vuelto, después del examen, después del rato que te digo, algo centrado, dispuesto a devorar algunos libros, de reescribir algunas cosas, de idear otras. Para mí la celebración del examen, creo, se dio aquel día, esa tarde en la que, con mis dudas inminentes, tenía, en las manos, el documento que confirmaba que me podría titular sin problemas el lunes 18 d e febrero. Recuerdo que caminé rumbo a la parada del camión, el sol lamía los párpados, yo llevaba camisa negra, un luto anticipado por si me negaban la posibilidad de titularme, y suspiré un poco. Pasé a alguna tienda, pedí un paracetamol porque la cabeza me dolía. Me aplasté a beber un té helado y ahí fue cuando supe que terminaría ese desmadre. El examen fue mero protocolo casi informal. Comenzó a la hora, los tres sinodales, mi hermano, una ex compañera de maestría y dos alumnas de la licenciatura que de chiripa cayeron a ver la defensa. Expuse quince minutos exactamente, expuse una explicación de los motivos de la tesis, el desarrollo de los temas y un poco la conclusión a partir de símiles en donde yo decía que la obra literaria me parecía un fresco decimonónico y una pieza musical. Sonrieron. JP preguntó algunas cosas, armamos el debate, agarré su ritmo y su tono y me apropié un poco de la cosas, luego preguntó Pal, dos cosas casi elementales que le respondí precisa y profundamente. Más tarde mi tutor de tesis, preguntó algo casi ininteligible pero que tenía fácil respuesta. Alabó mi exposición, los tres han coincidido que la escritura de la tesis sobresale porque, a pesar de tener citas un poco abundantes, tiene giros que la ponen de fácil lectura. Juan me dijo en la mañana que le había sorprendido la solvencia de la prosa, que no la recordaba así, que se notaba el trabajo y que debía hacer un libro o dos a partir de esas premisas (en eso pienso); Palma lo mismo, recordó cuánto me costaba, cuánto me costó agarrarle a sus pinches caprichos de universidad gringa. F dijo pendejadas, era mi tutor, pero dijo, también, que le sorprendía mi manera de enfrentar las cosas, de reflexionar sobre la marcha, de tomar decisiones. Aprobaron por unanimidad pero no dieron ni laude ni un carajo. Dice Juan que comentaron que se debe publicar pero ya en el asunto del resultado dijeron poco y nada y no esperaron, porque no habría, ni el vino ni el canapé. Juan salió rumbo a San Luis a las cuatro de la tarde, Ricardo y yo hacia el D.F. diez minutos después. Yo pedí algo con salmón y él una lasagna de no sé qué. Me bebí dos cervezas, él también, luego un vino tinto, yo preferí mezcal.
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